Queridos hermanos en el Señor: Os deseo gracia y paz.
La Ascensión del Señor nos envuelve en un movimiento ascendente. El Hijo de Dios procede del cielo, comparte nuestra vida, la llena de sentido, la renueva y santifica, y regresa al Padre. Su retorno no es un alejamiento, no se separa de nosotros, no crece la distancia entre Él y la humanidad.
La Ascensión del Señor nos impulsa hacia arriba, nos atrae hacia Él, nos conduce hacia el Padre. Jesucristo está en el inicio, Él es el Camino y Él es la meta del universo.
En la Eucaristía, cuando el sacerdote dice: “Levantemos el corazón”, y respondemos: “Lo tenemos levantado hacia el Señor”, se produce un ‘despegue’, se inicia un vuelo ascendente que nos permite ver y vernos desde otra perspectiva, con otra mirada. El excursionista que sube a la cima de la montaña ve más y mejor, respira con mayor plenitud y sale fortalecido.
Jesucristo asciende entre aclamaciones, al son de los instrumentos musicales de nuestras alabanzas y nuestra gratitud. Aunque seamos una humilde nota musical, aunque desafinemos cuando no amamos, Jesucristo nos orienta y acompaña. Si nos cansamos, nos anima. Si desfallecemos, nos fortalece. Si dudamos, nos toma de la mano. Si sufrimos, nos consuela. Si estamos perdidos, sale a nuestro encuentro. A veces, el sendero no es fácil, pero Jesucristo camina con nosotros y nunca nos abandona.
Jesucristo nos atrae para que ascendamos. Pero no se trata de buscar ascensos sociales, ni aplausos gratuitos, ni reconocimientos superficiales, ni galardones inmerecidos, ni condecoraciones de hojalata.
Para ascender con Jesucristo, es necesario eliminar el lastre que nos impide subir hacia el Señor: los apegos, las vanidades, las excusas, las envidias, los malos modos, los juicios apresurados y despectivos, la incoherencia, la desgana, la tristeza. San Pablo nos exhorta: “buscad los bienes de allá arriba, donde Cristo está sentado a la derecha de Dios” (Col 3,1), e insiste: “aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra” (Col 3,2).
Es preciso alejarnos de las cosas superfluas y mantener firmemente la orientación. En ocasiones, hay que abandonar los riachuelos de las opiniones y beber directamente del manantial del agua viva. La gracia no es retribución de méritos, sino condescendencia de Dios.
Joseph Ratzinger recogió en su libro Mirar a Cristo. Ejercicios de fe, esperanza y amor una imagen de la esperanza en la predicación de San Buenaventura: “el movimiento de la esperanza se parece al vuelo de un pájaro, que para volar distiende sus alas todo lo que puede y emplea todas sus fuerzas para moverlas; todo él se hace movimiento y de esta forma va hacia lo alto, vuela. Esperar es volar, dice Buenaventura: la esperanza exige de nosotros un esfuerzo radical; requiere de nosotros que todos los miembros se conviertan en movimiento, para elevarnos sobre la fuerza de la gravedad de la tierra, para llegar a la verdadera altura de nuestro ser, a las promesas de Dios”.
Recibid mi cordial saludo y mi bendición.
Julián Ruiz Martorell, obispo de Sigüenza-Guadalajara
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