Queridos hermanos en el Señor: Os deseo gracia y paz.
El 23 de diciembre, hoy hace seis meses, fui recibido en la Catedral de Sigüenza. Desde el día en que conocí mi nuevo servicio pastoral, comencé a dar gracias al Señor, a rezar por esta diócesis, por todos sus miembros, sus iniciativas y
proyectos. Tanto mi familia como un servidor estamos muy agradecidos por vuestra acogida y generosidad y por el trato cordialmente amistoso que recibimos.
La dinámica sinodal ha continuado avanzando con paso firme. La experiencia vivida y compartida en los años precedentes han sido determinante. Los cimientos estaban bien fundamentados y la estructura se ha manifestado sólida y consistente. Hay muchas personas que han contribuido a mantener encendida la llama de la esperanza. La colaboración ha sido generosa, constante, sincera. El agradecimiento surge espontáneo ante tantas muestras de entrega.
Me habéis oído decir con frecuencia que estoy admirado por la belleza y diversidad de nuestra provincia. En cada visita voy conociendo y apreciando rincones de enorme calidad, tanto desde el punto de vista físico como humano.
El pasado ha dejado una imborrable huella en el patrimonio histórico, artístico, documental y monumental. Los templos son espectaculares y, en general, se mantienen en buen estado de conservación. La colaboración con las instituciones civiles ha sido, es y deseamos que siga siendo, permanente y eficaz.
El envejecimiento, la despoblación y la dispersión son tres heridas con las que debemos trabajar. La luz de la fe debe seguir iluminando a las personas y a las localidades. También hay zonas de creciente expansión demográfica que son objeto de nuestra actividad y requieren nuevas propuestas e iniciativas. Durante los próximos años, con la ayuda y la orientación del Espíritu Santo, hemos de seguir tomando decisiones para que se impulse la evangelización con nuevo ardor, nuevos métodos y nuevas expresiones.
No son pocos los desafíos que nos plantea la actual situación social. Crece el número de las personas necesitadas y vulnerables. Los flujos migratorios, la inseguridad y la precariedad laboral, la incertidumbre económica, las consecuencias de las guerras, los cambios culturales, el debilitamiento de las instituciones y otros fenómenos característicos de nuestro vivir cotidiano requieren nuestra atención y nuestro esfuerzo solidario.
Caminamos hacia el Jubileo de 2025. Lo hacemos como peregrinos de esperanza, conscientes de nuestra responsabilidad y con profunda gratitud al Señor. El Papa escribe en la bula Spes non confundit: “Todos esperan. En el corazón de toda persona anida la esperanza como deseo y expectativa del bien, aun ignorando lo que traerá consigo el mañana. Sin embargo, la imprevisibilidad del futuro hace surgir sentimientos a menudo contrapuestos: de la confianza al temor, de la serenidad al desaliento, de la certeza a la duda. Encontramos con frecuencia personas desanimadas, que miran el futuro con escepticismo y pesimismo, como si nada pudiera ofrecerles felicidad. Que el Jubileo sea para todos ocasión de reavivar la esperanza. La Palabra de Dios nos ayuda a encontrar sus razones” (nº 1).
Recibid mi cordial saludo y mi bendición.
Julián Ruiz Martorell, obispo de Sigüenza-Guadalajara
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