Queridos hermanos en el Señor: Os deseo gracia y paz.
El Día del Seminario es un acontecimiento relevante dentro del Año Santo. La virtud de la esperanza nos anima a seguir rezando para que el Señor envíe trabajadores a su viña. La esperanza ilumina nuestros pasos en la animación, el acompañamiento y el discernimiento de las vocaciones sacerdotales.
La formación de los candidatos al sacerdocio requiere recursos espirituales, personales, materiales y económicos. La formación se despliega en cuatro dimensiones: humana, espiritual, intelectual y pastoral. Todo ello en un contexto de comunidad que va creciendo y fortaleciéndose gracias al impulso, la orientación y la presencia vivificante del Espíritu Santo.
Damos gracias a Dios por el testimonio y el esfuerzo de los sacerdotes, y oramos con esperanza para que surjan respuestas oportunas y generosas a la llamada que Él mismo hace llegar a los corazones.
La luz de la fe continúa iluminando las vidas de tantas personas que se encuentran rodeadas de espesas tinieblas. Se necesitan sacerdotes valientes y bien preparados para responder a las expectativas de la sociedad y para colaborar con alegría y esperanza en la vida y la misión de la Iglesia.
El Seminario es la tierra de cultivo de la vocación y el ámbito donde se desarrolla y fortalece la primera experiencia fuerte de comunión eclesial. En el Seminario se vive y acrecienta la relación personal con el Señor a través de la oración, la participación en la Eucaristía vivida como el centro de la propia vida, el acompañamiento espiritual, el sacramento de la Reconciliación, la lectura orante y creyente de la Sagrada Escritura y el estudio de la filosofía, la teología y las ciencias humanas. También tienen mucha importancia el contacto directo con las actividades pastorales, la práctica del deporte, la sana diversión, la lectura sosegada y asimilativa, el contacto con la naturaleza y el desarrollo de iniciativas culturales y sociales.
En el Seminario se forja la respuesta agradecida a la iniciativa precedente del amor de Dios que elige, llama y envía. Quien se siente mirado y amado por el Señor desea responder en totalidad, con toda la vida y para toda la vida.
El Pueblo de Dios necesita amigos fuertes del Señor, apasionados del Evangelio, sembradores de esperanza, custodios del amor, testigos de la luz de la fe, discípulos y misioneros. Y la misión tiene un carácter sinodal, porque se trata de ir juntos hacia los demás para facilitarles el encuentro con Jesucristo.
En el Seminario se escucha cada día el Evangelio para asimilarlo y poder comunicarlo con la vida y, cuando sea necesario, también con las palabras y el fuego del Espíritu. Sembrar requiere esperanza.
Recibid mi cordial saludo y mi bendición.
Julián Ruiz Martorell, obispo de Sigüenza-Guadalajara
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