Hay ocho sorteos en la empresa y para cinco de ellos rezamos no ser los agraciados; sobre todo si de estar fijo te dicen que te despiden sin más, o te sugieren que te hagas autónomo, free lance, becario o que te apuntes a una empresa de trabajo temporal.
Si estás de suerte, antes de que te inviten a marcharte, se te permite comprar participaciones de la lotería para Navidad.
Por lo que cuentan, hasta no hace mucho los de la administración venían directamente a venderla en la oficina, formándose una cola interminable por los pasillos para poder adquirir solo dos décimos por cabeza. Los que querían más iban como almas de la caridad suplicando a los que no compraban que adquiriesen por ellos los décimos que les faltaban para tantos compromisos como decían que tenían. Entre las bromas, algunos decían que las subastaban y otros que aceptaban comisiones y sobornos.
Ante tanto tiempo perdido y tanto barullo, la empresa decidió eliminar ese mercadeo y cargar el importe de la lotería a la nómina, pero los de Financiero no tardaron en poner el grito en el cielo, no porque tocara el gordo, sino porque les había caído una bien gorda, y de tanto patalear consiguieron que nos automatizáramos y todos entráramos por el aro de comprar los décimos por internet, aunque los más reticentes a las tecnologías se hagan una señora excursión al local, sito en el quinto pino, a comprarlos en papel, por si las moscas, no vaya a tocar y a ver quién reclama el dinero a una pantalla.
Hay otro sorteo que ya es un clásico, y por el que todo el mundo pregunta cuando llegan estas fechas, y es la cesta que rifan los informáticos, por cinco euros dos papeletas, con un premio tan goloso como un MacBook Air y un iPhone, regados con buenas botellas de vino y un jamón cinco jotas.
Pero para aguar la fiesta no hay nada como el sorteo del “vamos a contratar a uno por ETT”, con la llamada de Recursos Humanos incluida, cantándole al agraciado las alabanzas de un contrato que no es tal, sin derecho a vacaciones, cobrando el cuarenta por ciento del sueldo, pagándose él mismo el IRPF y dándose con un canto en los dientes por ser el afortunado al que le ha tocado el empresario más miserable del polígono.