Hay ocho compañeros autónomos en la empresa y cinco de ellos se pasan aquí más tiempo que nosotros. Porque mientras los fijos sabemos a qué hora entramos pero nunca a cuál salimos, a ellos nos les queda otra que bailar al son que les tocan, haciendo más horas presenciales que muchos de plantilla.
Tanto es así que el responsable de Recursos Humanos no hay día que no los vea que no les pregunte con asombro que qué hacen día sí y otro también ocupando un ordenador y una silla en la oficina, que lo suyo es que se queden en su casa, que como dé la casualidad de que venga una inspección y los pille, la multa que le va a caer a la empresa va a ser de traca. Algunos le miran alzando los hombros y se callan, pero otros, con más desparpajo, se encaran con él y le explican que no les queda otra, que los proyectos que llevan son muchos y con muchos, y que uno en su casa, solo, no se entera de qué va la vaina, aparte de que, por contrato, están obligados a asistir sí o sí a las miles de reuniones que convocan, ya sea a las nueve de la mañana, a las dos de la tarde o a punto de caer la noche, que siempre hay alguien que se acuerda a las tantas de que aún da tiempo de firmar un plano o de solucionar lo que no se ha resuelto a lo largo de toda la jornada.
Los hay que llegan ya desde temprano mustios y tristes, descorazonados, sabiendo que ni tienen voz ni voto ni se les reconocerá más mérito que trabajar a destajo, y que por mucho que presenten interesantes proyectos, los echarán directamente a la papelera, o cualquiera de sus sugerencias será desoída, porque quiénes son ellos para enmendarles la plana.
Los autónomos ni pueden rechistar ni deben, sometidos a las cláusulas de un contrato en el que se les pide dedicación exclusiva y horario ininterrumpido, con la consecuente prohibición de acogerse a causas mayores que sean un impedimento para poder realizar con resolución su trabajo, como tener un hijo, un familiar cercano enfermo o un accidente.
Así que si alguna de las mujeres tenía alguna duda de si ser o volver a ser madre, problema que se quita. Y ya se pueden dar con un canto en los dientes por tanta generosidad, que operarios cualificados hay a montones en la lista del paro, dispuestos a claudicar y a pagar si fuera necesario.
Y mientras, los fijos, ajenos a sus miserias, festejando una propinilla que por convenio estatal se nos va a pagar con carácter retroactivo por las subidas que no hemos tenido a lo largo de los últimos años, que de ser tantos ya perdimos la cuenta.
Ahora, eso sí, el champán tendrá que ser de supermercado, que la calderilla es lo que tiene, que no da para más.