sábado , 23 noviembre 2024

Carta al 2022

El año 2020 vino acompañado de una enfermedad cuyos efectos han devenido en crónicos y degenerativos en nuestras sociedades, en estas sociedades nuestras que llamamos modernas y del primer mundo.

En un primer momento parecía que la parálisis económica y el confinamiento nos habían acercado a nuestros valores humanos, nos habían permitido tomar un respiro dentro de esas espirales frenéticas en la que nos envuelven los tiempos modernos, nos había permitido conectar con los nuestros de otra manera, reconectar o incluso conectar por primera vez, y también parecía que habíamos sido capaces de encontrar el placer y, a veces, la felicidad, en la cotidianeidad y en lo sencillo. Nunca un gesto tan simple y casi tan vulgar, si se quiere, como bajar a la compra había resultado tan liberador; nunca había dedicado uno tiempo a dar una vuelta a la manzana y ver el estado de su barrio y de su localidad; nunca había escuchado uno en casa tantas veces la expresión “¡hoy la basura la saco yo!”

A esas sensaciones redescubiertas y desconocidas se unía la tragedia, la distancia y las limitaciones de no poder acompañar a un ser querido en sus últimos días, de no poder visitar a los mayores en sus últimos años, de no poder acudir a los primeros cumpleaños y un largo etcétera. En ese contexto, una sociedad muestra su verdadera cara, su verdadero sentir y se quita el antifaz. Creo que, a estas alturas, aunque aún empañados por el rubor de la cercanía, podemos pararnos a pensar sobre cuál es el modelo de sociedad que queremos ser y, sobre todo, de qué manera queremos afrontar la adversidad colectiva y colectivamente como ciudadanía, como instituciones y como sociedad.

La responsabilidad en la gestión de una pandemia y, especialmente, en la gestión de la histeria y la rabia colectivas es de todos y no de unos pocos ando desde el ciudadano más modesto de a pie hasta los medios y los gobernantes, pasando por el personal funcionarial, por los docentes, por los padres y madres, por los niños y niñas. Esta crisis, por denominarla de alguna manera, se ha convertido en el escenario ideal para la gestión del miedo, para el control juridificado y para el olvido o destierro de problemas estructurales en nuestro país. Desde el ámbito institucional sólo hemos asistido a una improvisación constante, acelerada, inconsciente y desinformada y esto no es una crítica política ni ideológica. Las instituciones a nivel internacional han acordado una estrategia basada en el establecimiento de límites, en la limitación de libertades y derechos, en el castigo y la sanción y en la legalidad enmascarada. Si hay algo que caracteriza al modelo que se acordó, con mayor o menor fortuna y funcionalidad, eso al criterio de cada uno pertenece, en 1978, es la protección de los derechos y las libertades fundamentales y el establecimiento de trabas y límites al poder para menoscabarlos. Haca escasamente dos meses, el Tribunal Constitucional declaraba inconstitucional el primero de los estados de alarma que sacudieron nuestro país por dos motivos fundamentalmente: uno formal basado en que cualquier tipo de estado excepcional que suponga una limitación en los derechos y libertades tiene que seguir los cauces legalmente establecidos como garantía para su establecimiento. Y uno casi material donde se cuestiona la idoneidad del modelo del estado de alarma para la gestión de la pandemia. Y, entonces, aparece una sensación de burla y casi de estafa porque quienes confiaron en ese modelo ven que se trató de una medida desesperada y quienes tuvieron que acatarlo aún sin creer en él sienten que debieron ser fieles a sus creencias. Ahora la compensación es económica y ya está.

Ilustración de Lloyy Cartón

En mitad de todo ese caos social, jurídico y sanitario parecía y sigue pareciendo que no hay otras controversias y se han olvidado otras enfermedades graves y degenerativas que requieren atención constante, se ha olvidado la labor asistencial y de acompañamiento a mayores y dependientes, se ha olvidado la tasa creciente de suicidios, se ha olvidado el desempleo, se ha olvidado la renovación educativa, se ha olvidado la depresión juvenil, se ha olvidado la sostenibilidad del estado de bienestar, se ha olvidado el refuerzo sanitario, se ha olvidado la renovación judicial, se ha olvidado la memoria histórica, se ha olvidado la garantía de los derechos y libertades más esenciales… En mitad de ese caos y en mitad de esa labor favorecida por los medios donde lo único existente era y es la Covid-19, se han ido dando pasos en detrimento de todo lo anterior.

Y como resultado de todo este galimatías lo único que se ha obtenido ha sido polarización, una polarización alimentada por un mal entendimiento de lo que es la democracia y de lo que es un acuerdo constituyente. Tendemos a realizar dos asociaciones que son equívocas: la primera de ellas es que la democracia es sinónimo de mayoría cuando en realidad la democracia es sinónimo de garantías y de Estado de Derecho lo que impide caer en la tiranía ya que esta puede venir tanto de la minoría como de la mayoría. La segunda de ellas es que ideología es equivalente a creencia o fe y aunque es cierto que lo político juega siempre dentro del escenario electoral con lo sentimental y con lo íntimo apelando a la familia y a los valores de lealtad, lo ideológico debe tener un componente de objetividad, de reflexión y de análisis; en otras palabras, la ideología no se trata de creer sino de comprender. Quizás podemos añadir un tercer equívoco a esta ecuación de la polarización y es esa idea tan española de que la política se divide en dos, lo que es izquierda y lo que es derecha. Esta división que pretendía ser aclaratoria no genera sino confusión y desencuentro toda vez que, por un lado, la política no es blanca o negra, sino que está llena de matices y de grises y, por otro lado, la ética propia del gobierno en democracia implica la concesión en lo ideológico para la obtención de la mejor gestión general, una de las facetas de la muchas veces mencionada y pocas veces practicada, responsabilidad política.

Sesión de control al Gobierno en el Congreso de los Diputados

En estas fechas me gustaría invitar a las personas, a todas, la ciudadanía, los gobernantes y los medios, a la reflexión propia y a la reflexión colectiva porque es hora de realizar nuevos propósitos, pero no solo aquellos individuales. Como sociedad también debemos ponernos a régimen, entrenar la democracia, dedicarnos más tiempo al autocuidado y a la autocrítica, acostumbrarnos a decir la verdad, escucharnos, respetarnos y debatirnos con la pasión propia de lo ideológico y con la cordura propia de lo físico. Así que, desde aquí me permito la osadía de realizar un llamamiento general y particularizado:

Para 2022 quiero que quienes nos gobiernan por mandato nuestro, trabajen la responsabilidad democrática y gobiernen en democracia; que quienes se encuentran en la oposición por mandato nuestro, la ejerzan de manera responsable, reflexionada y útil; que quienes se dedican a la política la entiendan como un servicio público y descarten la demagogia; que quienes trabajan en los medios realicen una labor informativa seria, digna, veraz y objetiva; que quienes somos ciudadanos aprendamos a debatir, analizar y exigir para convertirnos en el ejemplo a seguir. Eso es lo que pido a 2022.

Sara Arrazola Ruiz, Azuqueca de Henares

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