Queridos hermanos en el Señor: Os deseo gracia y paz.
San Juan Pablo II escribió “La Iglesia vive de la Eucaristía. Esta verdad no expresa solamente una experiencia cotidiana de fe, sino que encierra en síntesis el núcleo del misterio de la Iglesia” (Ecclesia de Eucharistia, 1). “La Eucaristía es verdaderamente un resquicio del cielo que se abre sobre la tierra. Es un rayo de gloria de la Jerusalén celestial, que penetra en las nubes de nuestra historia y proyecta luz sobre nuestro camino” (Ibid., 19). La Eucaristía “da impulso a nuestro camino histórico, poniendo una semilla de viva esperanza en la dedicación cotidiana de cada uno a sus propias tareas” (Ibid., 20).
Benedicto XVI afirmó: “Los Santos (…) han adquirido su capacidad de amar al prójimo de manera siempre renovada gracias a su encuentro con el Señor eucarístico y, viceversa, este encuentro ha adquirido realismo y profundidad precisamente en su servicio a los demás. Amor a Dios y amor al prójimo son inseparables, son un único mandamiento” (Deus caritas est, 18).
El Papa Francisco ha explicado: “Cada celebración de la eucaristía es un rayo de ese sol sin ocaso que es Jesús resucitado. Participar en la misa, en particular el domingo, significa entrar en la victoria del Resucitado, ser iluminados por su luz, calentados por su calor. A través de la celebración eucarística el Espíritu Santo nos hace partícipes de la vida divina que es capaz de transfigurar todo nuestro ser mortal. Y en su paso de la muerte a la vida, del tiempo a la eternidad, el Señor Jesús nos arrastra también a nosotros con Él (…). En la misa nos unimos a Él. Es más, Cristo vive en nosotros y nosotros vivimos en Él” (Audiencia general, 22 noviembre 2017).
Jesucristo nos alimenta con su cuerpo. Se hace para nosotros pan partido, repartido y compartido. Nos enseña a ofrecernos, a compartir lo que somos y lo que tenemos. Celebrar la Eucaristía significa comprometernos en la dinámica de la entrega de Jesús y ofrecer a los pobres signos de esperanza.
En el “Día de la Caridad” agradecemos la labor realizada por Cáritas. La Eucaristía es antídoto frente a la indiferencia. No podemos ser indiferentes ante las personas que no tienen acceso a un trabajo digno y estable, ni ante quienes se ven abocados a la emigración. Tampoco podemos pasar por alto a los que carecen de vivienda o padecen las consecuencias de la enfermedad, la soledad o la marginación social.
No queremos acostumbrarnos a las historias de sufrimiento y de muerte que se repiten en nuestras fronteras. Hay miles de niños, hombres y mujeres que huyen de las guerras, del hambre y la pobreza.
La Eucaristía nos impulsa a abrir caminos a la esperanza allí donde encontramos a cualquier persona necesitada.
“Pongámonos, sobre todo, a la escucha de María Santísima, en quien el misterio eucarístico se muestra, más que en ningún otro, como misterio de luz. Mirándola a ella conocemos la fuerza transformadora que tiene la Eucaristía. En ella vemos el mundo renovado por el amor” (Ecclesia de Eucharistia, 62).
Recibid mi cordial saludo y mi bendición.
Julián Ruiz Martorell, obispo de Sigüenza-Guadalajara
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