Queridos hermanos en el Señor: Os deseo gracia y paz.
El primer domingo de Cuaresma nos exhorta a reflexionar sobre las tentaciones. Jesús experimentó la prueba y venció para enseñarnos cómo se vence y para darnos la fuerza capaz de superar la tentación.
El punto de partida es el esmerado control del corazón, la lengua y la mirada. Solamente cuando el corazón, la lengua y la mirada están en armonía conocemos la plenitud de nuestra condición humana y la amplitud de nuestra vocación.
1) Corazón: lo realmente importante es lo que guardamos en el corazón. El ser humano se realiza desde dentro hacia afuera. En nuestro interior puede haber un tesoro o un montón de escombros. La vida auténtica brota de un corazón repleto de amor. Por el contrario, un corazón vacío genera una vida muda, aunque acumule muchas palabras inútiles.
2) Lengua: la lengua dice, expresa, manifiesta lo que somos. La lengua entrega a los demás lo que vivimos interiormente. En ocasiones, pronunciamos palabras desafortunadas, precipitadas, inoportunas, desentonadas, que descubren nuestra vida carente de tono. Si nuestras palabras defraudan suele ser porque nuestra vida es decepcionante. Cuando faltamos a nuestras propias palabras e incumplimos nuestras promesas es porque somos personas fallidas.
3) Mirada: nuestra mirada puede ser indagadora, implacable, recelosa. Puede atisbar con detenimiento los defectos de los demás. En la mirada pueden brillar como una centella la irritación, la soberbia y el orgullo. Sin embargo, conocemos personas de mirada clara y cristalina, donde se transparentan la humildad, la mansedumbre y la comprensión. Hay miradas empáticas, llenas de respeto y cercanía y hay miradas antipáticas, cuajadas de desconfianza y de sospecha. Y sabemos que el mirar de Dios es amar.
Cuando el corazón, la lengua y la mirada están alineados, se pueden afrontar las pruebas. Jesús no nos asegura una victoria fácil e inmediata, sino que nos capacita para un duro combate y nos anuncia el triunfo final.
San Pablo afirma: “nosotros, que somos del día, vivamos sobriamente, revestidos con la coraza de la fe y del amor, y teniendo como casco la esperanza de la salvación” (1 Tes 5,8). Y también: “Por eso, tomad las armas de Dios para poder resistir en el día malo y manteneros firmes después de haber superado todas las pruebas. Estad firmes; ceñid la cintura con la verdad, y revestid la coraza de la justicia; calzad los pies con la prontitud para el evangelio de la paz. Embrazad el escudo de la fe, donde se apagarán las flechas incendiarias del maligno. Poneos el casco de la salvación y empuñad la espada del Espíritu que es la palabra de Dios” (Ef 6,13-17).
Recibid mi cordial saludo y mi bendición
Julián Ruiz Martorell, obispo de Sigüenza-Guadalajara
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