Queridos hermanos en el Señor: Os deseo gracia y paz.
Escuchando a los sacerdotes a lo largo de estas semanas, he apreciado el impulso misionero que llevó a muchos de ellos a proclamar el Evangelio fuera del límite territorial de la Diócesis.
Conmueve escuchar la narración vital de los años dedicados al ministerio de la evangelización entre personas de otros países. Muchos sacerdotes han dedicado gran parte de su vida a compartir la fe, animar la esperanza y ser testigos de la caridad. Algunos han ocupado responsabilidades importantes en otras diócesis. Otros han colaborado con entusiasmo hasta los límites de sus fuerzas. Hay algunos que han regresado a nuestra Diócesis por cuestiones familiares o por la llamada de los pastores.
Todos han trabajado para favorecer el encuentro con Jesucristo, para promover la dignidad humana y contribuir al desarrollo de los pueblos. Han conocido, respetado y estimado otras culturas, han aprendido otras lenguas, han recibido acogida y hospitalidad. Reconocen lo mucho que han ganado.
Nosotros recibimos de ellos una gran lección: la misión sigue siendo necesaria, porque la originalidad y la unicidad de la revelación de Jesucristo impulsan al testimonio misionero de toda la Iglesia. No puede haber mayor pobreza que no conocer a Jesucristo.
El decreto conciliar “Nostra aetate” afirma que la Iglesia “anuncia y tiene la obligación de anunciar constantemente a Cristo, que es «el Camino, la Verdad y la Vida” (Jn 14,16), en quien los hombres encuentran la plenitud de la vida religiosa, en quien Dios reconcilió consigo todas las cosas” (n. 2).
Vivimos en un contexto que se caracteriza por la pluralidad de religiones y la defensa de la libertad de decisión y de pensamiento, pero hoy resulta más urgente que nunca el compromiso de la Iglesia en la evangelización de los pueblos. No se trata de una posibilidad, sino de una obligación. Es necesario dar a conocer el “resplandor del Evangelio de la gloria de Cristo” (2 Cor 4,4). San Pablo lo expresa con palabras memorables: “¡Ay de mí si no anuncio el Evangelio!” (1 Cor 9,16).
Desde estas líneas deseo agradecer la labor realizada por nuestros misioneros, valorar su entrega y dedicación y reconocer su espíritu evangelizador.
El relevo generacional es imprescindible. Nos vemos limitados en fuerzas, en edad y en personas, pero la misión es apremiante. Por ello, rezamos al Señor para que acompañe y custodie a quienes actualmente trabajan en territorios de misión: sacerdotes, personas consagradas y seglares. Ellos nos interpelan, nos animan y nos necesitan.
En nuestros objetivos, actividades y programaciones, no puede estar ausente la inquietud misionera. La respuesta corresponde al Espíritu Santo, pero en nuestras manos, y con nuestra oración, existe la posibilidad de alentar y acompañar, de aprender y difundir, de agradecer y compartir el dinamismo misionero.
La Diócesis está viviendo un acontecimiento protagonizado por el Espíritu Santo: el Sínodo Diocesano “para la renovación de su misión evangelizadora”.
Recibid mi cordial saludo y mi bendición.
Julián Ruiz Martorell, obispo de Sigüenza-Guadalajara
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