Queridos hermanos en el Señor: Os deseo gracia y paz.
Durante los meses de verano, son numerosas las localidades que celebran sus fiestas patronales. En ocasiones, se traslada la conmemoración a este período estival en el que hay más residentes y visitantes.
Tenemos oportunidad de conocer y valorar el ejemplo y la intercesión de los santos durante todo el año. Pero también se puede profundizar repasando la biografía, los escritos y la huella que algunos santos han dejado en nuestra vida y en nuestra convivencia.
La participación en la fiesta nos hace salir de la rutina, actualiza en nosotros experiencias y vivencias que proceden de las raíces de nuestro ser, despierta el deseo de compartir y ensancha el horizonte de nuestros vínculos habituales.
Cada santo es un reflejo de la luz de Dios, un comentario vivo a una página del Evangelio, una propuesta alternativa al cotidiano modo de vivir. En todos ellos descubrimos un antes y un después que tiene como línea divisoria el encuentro con Jesucristo. Hay un momento, una especial circunstancia o un período determinante en el que en la historia de los santos comienza a brillar una esperanza nueva que transforma y sostiene su vida.
Los santos traducen en gestos concretos, en virtudes vividas hasta el heroísmo y en entrega amorosa a los demás, lo que leemos en la Sagrada Escritura: “Glorificad a Cristo el Señor en vuestros corazones, dispuestos siempre para dar explicación a todo el que os pida una razón de vuestra esperanza” (1 Pe 3,15).
No se trata de improvisar explicaciones racionales, ni fórmulas mal asimiladas, sino de dar respuesta con la vida y en la vida a quienes buscan y desean encontrar plenitud y sentido. Nuestra esperanza se apoya en Cristo, porque solamente Cristo es nuestra esperanza.
En las ciudades, la iluminación nocturna nos impide ver las estrellas. Junto a la luz urbana, necesaria, hay una luz imprescindible que apreciamos con mayor intensidad en muchas localidades rurales. Cuando llega la noche, Dios enciende el resplandor del firmamento.
Los santos son personas que reflejan la luz de Cristo como un nuevo amanecer en la noche de la historia. Los santos nos confortan en nuestras inseguridades, nos demuestran que cualquier etapa oscura puede tener un final luminoso y nos recuerdan el auténtico sentido de la fe que nos permite avanzar por el sendero del amor fiel.
Pedimos a la Virgen María que nos conceda “el don de su fe, la fe que nos hace vivir ya en esta dimensión entre finito e infinito, la fe que transforma incluso el sentimiento del tiempo y del paso de nuestra existencia, la fe en la que sentimos íntimamente que nuestra vida no está encerrada en el pasado, sino atraída hacia el futuro, hacia Dios, allí donde Cristo nos ha precedido y detrás de él, María” (Benedicto XVI, Homilía 15 agosto 2008).
Recibid mi cordial saludo y mi bendición.
Julián Ruiz Martorell, obispo de Sigüenza-Guadalajara
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