Queridos hermanos en el Señor:
Os deseo gracia y paz.
Escribe San Agustín: “Dichosos nosotros, si llevamos a la práctica lo que escuchamos y cantamos. Porque cuando escuchamos es como si sembráramos una semilla, y cuando ponemos en práctica lo que hemos oído es como si esta semilla fructificara. Empiezo diciendo esto, porque quisiera exhortaros a que no vengáis nunca a la iglesia de manera infructuosa, limitándoos sólo a escuchar lo que allí se dice, pero sin llevarlo a la práctica” (Oficio de Lectura. Domingo XXII).
Solemos buscar la dicha al margen de lo que escuchamos y cantamos. Reconocemos que tenemos pocos motivos para cantar, porque la realidad que nos rodea es espesa. Crecen las dificultades, disminuyen las fuerzas, nos contagiamos con el virus de la indiferencia o de la apatía, se reduce el número de quienes participan en las celebraciones litúrgicas, no encontramos relevo en la catequesis o en el voluntariado, muchas personas no están dispuestas a asumir responsabilidades de modo continuo.
San Agustín nos da una clave: somos dichosos, es decir, bienaventurados o, expresado de otra manera, somos dignos de ser felicitados cuando ponemos en práctica lo que escuchamos y cantamos. En primer lugar, se trata de aguzar el oído para ser, de verdad, oyentes de la Palabra. Y también diligentes oyentes de quienes son nuestros maestros en la fe.
Y cantar, elevar nuestra alabanza agradecida y hacerlo, muchas veces, con voz silenciosa, pero no silenciada. Estamos llamados a cantar con la vida, y a contar las maravillas de Dios no con discursos elocuentes, sino con el testimonio del amor. Es posible alabar, bendecir y glorificar al Señor con la música callada, y también en armonía sinfónica con toda la creación.
Nuestra capacidad de escucha es semejante a la semilla sembrada con respeto y delicadeza. Poner en práctica lo que hemos recibido y asimilado se parece al fruto fecundo de la semilla.
La exhortación de san Agustín nos advierte del riesgo de una participación en la vida de la Iglesia que resulte infructuosa por ser incoherente. Sabemos que hay una gran diferencia entre oír y escuchar. Oír es percibir materialmente sonidos. Escuchar en oír prestando atención. Si nos limitamos a oír y ni siquiera escuchamos, estamos lejos de la real comunicación que se establece en las celebraciones. Y, además, si no llevamos al surco de cada día, a pie de obra, lo que escuchamos, resulta improductivo.
No estamos obligados a cantar “como” los ángeles, pero sí estamos invitados a cantar “con” los ángeles, es decir, con aquellos que viven en presencia del Señor y le alaban eternamente.
Toda la creación eleva un cántico de alabanza al Señor. En nuestra Diócesis, también las hectáreas despobladas cantan a través de su fecundidad y nos cuentan cada año el milagro de la vida escondida que da fruto.
Recibid mi cordial saludo y mi bendición.
Julián Ruiz Martorell, obispo de Sigüenza-Guadalajara
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