miércoles , 18 diciembre 2024

Carta del obispo de la Diócesis de Sigüenza-Guadalajara: ‘María Inmaculada’

Queridos hermanos en el Señor: Os deseo gracia y paz.

La Virgen María nos enseña a mirar con su peculiar mirada. Según el Papa Francisco, “hay un estilo mariano en la actividad evangelizadora de la Iglesia. (…) María sabe reconocer las huellas del Espíritu de Dios en los grandes acontecimientos y también en aquellos que parecen imperceptibles. Es contemplativa del misterio de Dios en el mundo, en la historia y en la vida cotidiana de cada uno y de todos. Es la mujer orante y trabajadora en Nazaret, y también es nuestra Señora de la prontitud, la que sale de su pueblo para auxiliar a los demás «sin demora» (Lc 1,39)” (EG 288).

Ella nos exhorta a proclamar la grandeza del Señor y a alegrarnos en Dios nuestro Salvador. Nos enseña a ver con limpieza de corazón y ojos disponibles a nuestra familia y a todas las familias del mundo. Nos muestra la creación como regalo de Dios y proyecto que requiere respeto y compromiso solidario. Nos invita a mirar a los demás para percibir sus sufrimientos, preocupaciones y dificultades. Nos ayuda a abrir la perspectiva de nuestra mirada hacia los jóvenes, porque ella acogió las palabras de Jesús en la cruz, cuando le decía mostrándole al discípulo amado: “ahí tienes a tu hijo” (Jn 19,26). Ella nos indica el modo de trabajar sencilla y dignamente.

María Inmaculada suscita en nuestros corazones el generoso y renovado impulso de conocer y amar a Jesucristo para hacerlo conocer y amar. Y, como Madre de la Iglesia, nos acompaña en nuestro camino sinodal.

Julián Ruiz Martorell

Con una oración de San Pablo VI por la santificación de los sacerdotes, y que hacemos extensiva a todos los cristianos, pedimos a María Inmaculada que ruegue por nosotros para que el Espíritu Santo nos conceda “un corazón grande, abierto a la silenciosa y potente Palabra inspiradora de Dios; un corazón cerrado a toda ambición mezquina, a toda miserable apetencia humana; un corazón impregnado totalmente del sentido de la Santa Iglesia; un corazón grande, deseoso únicamente de igualarse al del Señor Jesús, y capaz de contener dentro de sí las proporciones de la Iglesia; (…) un corazón grande y fuerte para superar cualquier tentación, dificultad, hastío, cansancio, desilusión, ofensa; un corazón (…) feliz solamente de palpitar con el Corazón de Cristo y de cumplir con humildad, fidelidad y valentía la voluntad divina. (…) un corazón puro, capaz de amarle solamente a Él con la plenitud, el gozo, y la profundidad que solo Él sabe dar (…); un corazón puro que sólo conozca el mal para denunciarlo, combatirlo y huir de él; un corazón puro como el de un niño, pronto al entusiasmo y a la emoción”.

Recibid mi cordial saludo y mi bendición.

Julián Ruiz Martorell, obispo de Sigüenza-Guadalajara

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