Queridos hermanos en el Señor: Os deseo gracia y paz.
La XXIX Jornada Mundial de la Vida Consagrada, cuyo lema es “Peregrinos y sembradores de esperanza”, nos lleva a reconocer, valorar y agradecer la vida y la misión de todas las personas consagradas de nuestra diócesis. La vida consagrada es un inmenso regalo para la Iglesia, para el mundo y para cada uno de nosotros.
Encontramos a muchas personas consagradas en el ámbito educativo o sanitario, en la catequesis y en las actividades parroquiales, en la oración y la contemplación, en el testimonio de proximidad con los más desfavorecidos y vulnerables, en los itinerarios de formación y en la multiplicidad de eventos y procesos de la vida laboral, social y familiar.
Cada encuentro con una persona consagrada supone el descubrimiento de una vocación de especial entrega que se traduce en una existencia gozosa, intensamente vivida desde una condición peregrinante y con un inmenso deseo en el corazón de sembrar esperanza en el mundo.
Con mucha frecuencia, las personas consagradas, viven y trabajan en ámbitos de frontera, allí donde el ser humano vive sacudido por la inseguridad personal, sin intuir la luz de la fe, desde la experiencia de la exclusión laboral, familiar y social, sin más horizonte que la desilusión, la desesperanza o la desesperación.
La llama de la caridad que el Espíritu Santo enciende en los corazones a través de los consagrados despierta y aviva la esperanza de los pobres, pequeños, despreciados y olvidados.
Las personas consagradas descubren rostros fraternos en los perfiles de quienes están postrados en las orillas de tantos caminos. Comparten con los más frágiles una común identidad: son con ellos y para ellos peregrinos, itinerantes. Y en su cotidiano caminar, van sembrando de luz y de vida los polvorientos senderos llenos de barro. Es el barro que surge como consecuencia de tantas inundaciones vitales, sobrevenidas sin posibilidad de previsión ni de respuesta.
La gente sencilla suele depositar en las personas consagradas sus inquietudes, dificultades, problemas y expectativas. Suelen decir: “Rece por mi familia, por mi salud, por el matrimonio de mis hijos, para que esta o aquella persona encuentre un puesto de trabajo digno y estable, etc.”. Hay una confianza que se deposita en quien tiene relación de amistad con el Señor y al mismo tiempo comprende y comparte el sufrimiento de todos los seres humanos.
La vida consagrada se puede convertir en un itinerario de acercamiento a Jesucristo. El testimonio de las personas consagradas es una “exégesis viviente” de la Sagrada Escritura, el Evangelio vivido, asimilado y compartido. Su vida es un reflejo del amor de Dios como fuente de fortaleza y de esperanza.
Recibid mi cordial saludo y mi bendición.
Julián Ruiz Martorell, obispo de Sigüenza-Guadalajara
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