Queridos hermanos en el Señor: Os deseo gracia y paz.
Los Magos de Oriente “entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron; después abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra. Y habiendo recibido en sueños un oráculo, para que no volvieran a Herodes, se retiraron a su tierra por otro camino” (Mt 2,11-12).
Benedicto XVI dijo en Colonia el 20 de agosto de 2005, en la Jornada Mundial de la Juventud: “El camino exterior de aquellos hombres terminó. Llegaron a la meta. Pero en este punto comienza un nuevo camino para ellos, una peregrinación interior que cambia toda su vida”.
El día anterior, les dijo a los seminaristas: “En el viaje de retorno, los Magos tuvieron que afrontar seguramente peligros, sacrificios, desorientación, dudas… ¡ya no tenían la estrella para guiarlos! Ahora la luz estaba dentro de ellos. Ahora tenían que custodiarla y alimentarla con el recuerdo constante de Cristo, de su rostro santo, de su amor inefable”.
Escribió San Agustín: “También nosotros hemos sido conducidos a adorar a Cristo por la verdad que resplandece en el Evangelio, como por la estrella del cielo; también nosotros, reconociendo y alabando a Cristo nuestro rey y sacerdote, muerto por nosotros, lo hemos honrado con oro, incienso y mirra. Nos falta ahora solamente atestiguarlo, reemprendiendo una nueva vida, volviendo por un camino distinto por el que hemos venido” (Sermón 202, 3.4).
Los Magos “se marcharon a su tierra por otro camino”. Quien se encuentra con Cristo, mejor, quien es atraído por Cristo, ya no puede volver hacia atrás por el mismo camino. El encuentro con Cristo cambia la vida y cambia el sendero. A partir del encuentro con Cristo se produce una modificación en el estilo de vida.
La manifestación de Cristo nos hace ser diferentes. Se modifica nuestra percepción de la realidad, se renuevan nuestras convicciones, poseemos una luz diferente para apreciar la realidad que nos rodea y para valorar a las personas. Cambian nuestros criterios y nuestros propósitos. Nos guía una luz diferente, más intensa y más profunda, una luz interior.
El Papa Francisco escribe en Spes non confundit: “la vida cristiana es un camino, que también necesita ‘momentos fuertes’ para alimentar y robustecer la esperanza, compañera insustituible que permite vislumbrar la meta: el encuentro con el Señor Jesús” (nº 5). Y añade: “las iglesias jubilares (…) podrán ser oasis de espiritualidad en los cuales revitalizar el camino de la fe y beber de los manantiales de la esperanza, sobre todo acercándose al sacramento de la Reconciliación, punto de partida insustituible para un verdadero camino de conversión” (ibid.).
Julián Ruiz Martorell, obispo de Sigüenza-Guadalajara
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