Queridos hermanos en el Señor: Os deseo gracia y paz.
“Spes non confundit”, la Bula con la que el Papa Francisco convoca el Jubileo del año 2025, propone ofrecer signos de esperanza que respondan al anhelo del corazón humano.
Ante la grave situación provocada por los numerosos conflictos bélicos, la paz es el primer signo. Las devastadoras consecuencias de las guerras socavan los cimientos de la convivencia y generan sufrimientos injustos e indiscriminados. Es preciso orar y trabajar por la paz.
Sin esperanza, se oscurece el deseo de transmitir la vida y desciende de modo alarmante la natalidad. El Creador ha escrito un proyecto en el corazón y el cuerpo de los seres humanos y les confía una misión para que el amor sea fecundo. Las sonrisas de los niños pueden llenar las cunas vacías.
Los presos, carentes de libertad, experimentan, junto con la dureza de la reclusión, el vacío en los afectos, las restricciones y, también, falta de respeto. Es necesario reclamar con valentía condiciones dignas para los reclusos y la abolición de la pena de muerte.
Los enfermos, que sufren en sus domicilios o en los hospitales, pueden encontrar alivio en las personas que los visitan y en el afecto que les transmiten. Las obras de misericordia son obras de esperanza que suscitan gratitud. Los agentes sanitarios merecen agradecimiento. Se puede entonar un himno a la dignidad humana atendiendo y acompañando a quienes ven limitada su autonomía personal.
No podemos decepcionar a los jóvenes, puesto que su entusiasmo es fundamento del porvenir. Abismos oscuros y gestos autodestructivos se ciernen sobre los jóvenes, que necesitan estímulo y cercanía.
Los migrantes ven frustradas sus esperanzas por prejuicios y cerrazones. Una acogida responsable facilita que no se niegue a nadie el derecho a construir un futuro mejor. Se debe garantizar la seguridad, el derecho al trabajo y a la instrucción de los exiliados, desplazados y refugiados. La comunidad cristiana debe defender siempre el derecho de los más débiles.
Se deben reconocer las experiencias de vida y la sabiduría de los ancianos que sufren soledad y abandono. Los abuelos representan la transmisión de la fe y la sabiduría de la vida a las jóvenes generaciones.
No se puede apartar la mirada de las personas pobres o empobrecidas, carentes de vivienda, sin comida, que experimentan exclusión e indiferencia. Los pobres, casi siempre, son víctimas, no culpables.
La tierra pertenece a Dios y nosotros solamente somos “migrantes y huéspedes”. Es preciso superar las injusticias, cancelar las deudas que nunca se podrán saldar y saciar a los hambrientos.
En el 1.700 aniversario del Concilio de Nicea, se debe profundizar en la forma sinodal de la comunidad cristiana. Recibid mi cordial saludo y mi bendición.
Julián Ruiz Martorell, obispo de Sigüenza-Guadalajara
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