Los estudios sociológicos confirman la profunda crisis religiosa que está afectando desde hace años a muchos cristianos europeos. Sin embargo, los sociólogos también nos dicen que, en medio de la indiferencia, crece el número de personas que sienten la necesidad de encontrar nuevas fórmulas para creer en Dios y encontrarse con Él.
Sin duda, es importante buscar a Dios en los libros o en lo que otros dicen de Él, pero teniendo muy presente que la búsqueda de Dios exige esfuerzo por parte de cada uno, a partir de la convicción de que el encuentro con Él no es fruto del voluntarismo, pues Dios es siempre un regalo, un don. Antes de que nosotros le busquemos a Él, Él ya ha salido a nuestro encuentro para invitarnos a participar de su amistad.
El deseo y el mismo conocimiento de Dios es siempre un don y una gracia de su amor misericordioso. San Agustín, incansable buscador de Dios, dirá en este sentido: “Esto es lo sorprendente: que nadie puede buscarte sino el que te ha encontrado. Quieres, por tanto, ser encontrado para que te busquen y ser buscado para que te encuentren”. Por esto, lo más adecuado para encontrar a Dios es contrastar las propias inquietudes religiosas con alguna persona que nos pueda aconsejar o acompañar desde su experiencia de Dios en este itinerario de búsqueda. El compartir con otra persona puede ser el camino más adecuado para no cerrarnos en nosotros mismos, sino para seguir buscando pues a Dios nunca se le conoce de una vez para siempre.
Además, hemos de tener siempre presente que la búsqueda de Dios no produce nunca tristeza ni amargura, sino alegría y paz, ya que la persona comienza a descubrir dónde está la verdadera felicidad del ser humano. El mismo Jesucristo en el Evangelio nos habla de aquel hombre que había descubierto un tesoro en el campo y, lleno de alegría, vende todo lo que tiene para comprarlo. El misterio de Dios se parece a ese tesoro escondido en el campo. Quien lo encuentra se desprende de todo para hacerse con él.
Como la fe no es cuestión de razonamientos y discusiones interminables, el segundo paso para buscar al Señor presupone el encuentro con uno mismo para descender hasta lo más profundo del corazón. En el corazón se toman las decisiones más importantes para la vida, pero las muchas distracciones nos impiden entrar en nuestro interior para plantearnos la vida desde el misterio último de la existencia.
En el recorrido del camino, necesitamos la oración. En la oración, en el diálogo con Dios, el ser humano es invitado a abrirse a Él para preguntarse por las cuestiones fundamentales: ¿Puedo confiar en alguien que guíe mi vida o me convierto en centro absoluto de la existencia? Hoy no es posible ser cristiano por nacimiento, sino por una decisión personal que se alimenta del encuentro con el Dios vivo, que se hace presente, especialmente, en su Palabra y en los sacramentos.
Con mi sincero afecto y bendición, feliz día del Señor.
Atilano Rodríguez obispo de Sigüenza-Guadalajara
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