Los responsables de Manos Unidas, organización de la Iglesia católica para el desarrollo y para la lucha contra la pobreza en el mundo, nos ofrecen cada año noticias impactantes sobre las condiciones de pobreza extrema en las que malviven millones de personas, niños, jóvenes y adultos, en distintos lugares de la tierra.
Los ciudadanos de los países ricos corremos el riesgo de acostumbrarnos a convivir con esta realidad de sufrimiento, miseria y muerte, pensando que la culpa de estas situaciones es de los habitantes de los países pobres o de sus gobernantes. Algunos, incluso, para defender su estatus social y su bienestar económico, suelen justificarse diciendo que no se puede hacer nada por cambiar esta realidad de pobreza y miseria.
Si tomamos en consideración que este mundo lo hacemos entre todos, no podemos acostumbrarnos a convivir con la mentira, el engaño, el hambre y la injusticia. Esto quiere decir que tendríamos que ser mucho más exigentes con los gobiernos y organizaciones sociales de todos los países del mundo, pues sabemos que hoy existen medios técnicos y alimentos suficientes para que nadie pase hambre.
Por otra parte, no podemos cerrarnos en nuestro bienestar material pensando que no es posible hacer nada por los demás. Los creyentes, además de pedir al Señor que suscite sentimientos de solidaridad verdadera entre los hijos de un mismo Padre, podemos aportar también nuestro granito de arena para colaborar a la financiación de alguno de los proyectos de desarrollo propuestos por Manos Unidas.
Los responsables de esta organización nos ofrecen la seguridad de que nuestras aportaciones económicas llegan a su destino y cumplen los objetivos para los que fueron hechas. Concretamente, sabemos que, con nuestra ayuda económica, será posible ofrecer cursos para la formación de la mujer, construir centros sanitarios, abrir pozos de agua potable y poner los medios para el respeto y cuidado de la naturaleza.
Ciertamente, con estas ayudas no resolvemos todos los problemas del mundo, pero sí podemos contribuir a cambiarlo poco a poco y con realismo. Si compartimos con los demás lo que Dios nos regala cada día, estamos favoreciendo un cambio de mentalidad en el seno de la sociedad y estamos impulsando la vivencia de la fraternidad entre los hijos de un mismo Padre. Al mismo tiempo, estamos aportando los medios para hacer posible que los ciudadanos de los países pobres tengan condiciones de vida más dignas y puedan participar de los bienes comunes globales.
Con mi sincero afecto y bendición, feliz día del Señor.
Atilano Rodríguez, obispo de Sigüenza-Guadalajara
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