La celebración del Sínodo Diocesano, regalo de Dios a nuestra Iglesia, es una magnífica oportunidad para que todos los bautizados reflexionemos sobre nuestra pertenencia a la comunidad cristiana y para que, desde la fidelidad a Jesucristo, salgamos con nuevo ardor misionero al encuentro de los hermanos para mostrarles la alegría del Evangelio.
En mis frecuentes visitas a las parroquias, observo que muchos creyentes, con profundas convicciones religiosas, participan responsablemente en las celebraciones litúrgicas y en los distintos proyectos pastorales parroquiales. La oración y la participación frecuente en los sacramentos les permite descubrir que la fe, regalo de Dios a cada ser humano, es preciso vivirla y celebrarla en el seno de la comunidad cristiana.
Al dar gracias a Dios por estos testimonios de fe en Jesucristo y de amor a su Iglesia, no deberíamos cerrar los ojos a los efectos maléficos del individualismo, tanto en la convivencia social como en las manifestaciones religiosas. Hoy, muchos cristianos saben que, por el bautismo, han sido injertados en Jesucristo e incorporados a la comunidad cristiana, pero en la práctica viven una fe individualista, pues se han distanciado de los hermanos y tienen miedo a asumir su responsabilidad en la evangelización.
La celebración del Día de la Iglesia Diocesana es una ocasión propicia para que todos los bautizados, además de colaborar responsablemente a su sostenimiento económico, asumamos nuestra misión en la misma como discípulos misioneros. El lema “Sin ti no hay presente. Contigo hay futuro”, nos invita a participar consciente y activamente en la misión de la Iglesia para mostrar al mundo su verdadera identidad y para impulsar, desde la comunión fraterna, su actividad evangelizadora y caritativa. Asumir que el futuro de la Iglesia depende de nuestra responsabilidad como miembros de la misma presupone que todos nos dejemos interpelar y transformar por la contemplación del misterio trinitario. Sólo desde la comunión con Dios podremos dar muerte en nosotros al individualismo y estaremos en condiciones de colaborar corresponsablemente con nuestros hermanos en el anuncio del Evangelio. La superación del individualismo religioso y social pasa por la victoria sobre el egoísmo y el relativismo que nos llevan a la esterilidad pastoral y al fracaso personal.
El verdadero amor a nuestros semejantes pasa por la escucha de sus propuestas, por la contemplación de sus necesidades y por la búsqueda del bien común de la comunidad cristiana y de la sociedad. Un discípulo de Jesucristo no puede olvidar que la Iglesia tiene la misión de colaborar con su Señor a la construcción de la fraternidad entre todos los bautizados y entre todos los miembros de la familia humana, sean creyentes o no.
Con mi sincero afecto y bendición, feliz día de la Iglesia diocesana.
Atilano Rodríguez, obispo de Sigüenza-Guadalajara
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