El coronavirus está sembrando desconcierto, incertidumbre y miedo en todos los ámbitos de la sociedad: políticos, económicos, laborales y religiosos. Ante esta novedosa e impensable realidad, vienen a nuestra mente algunas preguntas: ¿Serán suficientes las medidas que se han tomado para hacer frente a la pandemia? ¿Habría que tomar otras distintas? ¿Qué podemos hacer nosotros en esta inesperada realidad?
Pienso que, ante todo, hemos de obedecer las normas dictadas por las autoridades civiles, así como las indicaciones de los responsables de la sanidad. Con el cumplimiento cuidadoso de estas normas, estaremos poniendo los medios para impedir que el virus nos afecte y que se propague a nuestros semejantes, especialmente a los mayores.
Por otra parte, este tiempo no podemos dejarlo pasar sin darle la importancia que tiene cada momento de nuestra existencia. Entre otras muchas cosas, hemos de aprovecharlo para la reflexión personal, para la lectura de la Palabra de Dios y para el crecimiento espiritual. La invitación a permanecer en nuestros domicilios nos permite regalarle más tiempo al Señor y a los miembros de nuestra familia, cuidando unos de otros.
El encierro en nuestras casas no puede aislarnos de la realidad social ni de las necesidades y sufrimientos de nuestros semejantes. A nuestro lado o cerca de nuestro domicilio, con toda seguridad viven personas ancianas o que están solas. Ellas pueden necesitar alimentos, medicación u otros servicios y no pueden salir a comprarlos. Por caridad cristiana y solidaridad, todos hemos de estar cerca de estos hermanos. Una llamada telefónica o una visita personal, respetando en todo momento las normas civiles y sanitarias, pueden ayudarles a descubrir nuestra disponibilidad y cercanía. Los cristianos, en todos los momentos de la vida y de un modo especial en estos tiempos de emergencia social, tenemos el encargo del Señor de practicar las obras de misericordia con los necesitados.
Os invito a todos a seguir orando en familia o particularmente por los enfermos y sus familiares, así como por tantas personas que cada día, en los hospitales o en el cumplimiento de las normas dictadas por las autoridades civiles, entregan su tiempo y su sabiduría al servicio del bien común, que es el bien de cada uno de nosotros.
Agradezco especialmente a los sacerdotes la labor callada y generosa que realizan al servicio de sus comunidades y les invito a permanecer cerca de quienes sufren o experimentan momentos de angustia. Como ya lo hacéis, no dejéis de acoger y de ofrecer una palabra de consuelo y de ánimo a cuantos lo necesiten, brindándoles así la posibilidad de descubrir que el Señor también está presente en estos momentos de sufrimiento y confusión para ofrecer luz y esperanza a todos.
Con mi sincero afecto y bendición, feliz día del Señor.
Atilano Rodríguez, Obispo de Sigüenza-Guadalajara
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