La fiesta del Corpus Christi nos invita a entrar en el misterio de la eucaristía. Este misterio, como nos decía el papa Benedicto XVI, “actualiza sacramentalmente el don de la propia vida que Jesús ha hecho en la cruz por nosotros y por el mundo entero. Al mismo tiempo la eucaristía nos hace testigos de la compasión de Dios por cada hermano y hermana” (SCa 88).
En cada celebración eucarística, los cristianos, mediante la acción del Espíritu Santo, actualizamos sacramentalmente la entrega de Jesús por parte del Padre, así como la donación que Jesucristo hace de sí mismo, desde la total libertad y amor, ofreciéndose como pan de vida y bebida de salvación para todos los hombres. Sus palabras: “mi cuerpo entregado por vosotros” y “mi sangre derramada por vosotros”, se hacen realidad sobre todos los altares en la eucaristía.
Desde la contemplación de este misterio de amor y de esperanza, que es la eucaristía, todos los cristianos, pero especialmente quienes dedican una parte importante de su tiempo a la acogida, a la escucha y al acompañamiento de los hermanos más necesitados, no podemos cerrar nuestros oídos cuando nos gritan su impotencia y nos muestran su desánimo. En la medida de nuestras posibilidades, tenemos que ofrecerles confianza en el presente y esperanza ante el futuro con nuestros gestos de solidaridad y con nuestras palabras de aliento.
En la actualidad, vivimos tiempos, en los que la crisis económica, provocada fundamentalmente por el covid -19 y por la guerra de Ucrania, está mostrando nuevas situaciones de pobreza. Muchas personas, que tenían su puesto de trabajo y estaban recuperándose económicamente de las crisis anteriores, hoy están precisando la ayuda de Cáritas o de otras organizaciones civiles y eclesiales para sobrevivir, como consecuencia del aumento del coste de la vida.
La postura que cada uno adopte ante sus semejantes puede sanar sus corazones desgarrados, ayudándoles a descubrir que renace en ellos la posibilidad de una nueva vida o puede hundirlos definitivamente en la frustración y la exclusión. El Señor nos llama a todos a ser parte activa en la rehabilitación y en la inclusión social de quienes están tirados al borde del camino y no tienen las fuerzas necesarias para levantarse y emprender nuevamente la marcha de la vida.
En este acompañamiento de los marginados de la sociedad, deberíamos tener siempre presente que la caridad no consiste en la simple ayuda material. La verdadera caridad debe impulsarnos siempre al servicio de todas las personas para ayudarlas a ponerse de pie, al descubrir por medio de nuestras obras el amor sin límites con el que Dios nos ama a cada uno de sus hijos. La experiencia nos dice que nuestras acciones u omisiones tienen siempre una repercusión positiva o negativa en el desarrollo humano, laboral y espiritual de nuestros semejantes.
Por eso, el amor cristiano, que se alimenta del amor de Dios en cada celebración eucarística, no puede consistir solo en ofrecer ayuda para solucionar las necesidades materiales de los hermanos, sino en ayudarles a descubrir sus capacidades y sus posibilidades, para que asuman responsablemente su crecimiento personal y puedan afrontar con esperanza su futuro. Los voluntarios de Cáritas o de otras organizaciones caritativas de la Iglesia, a quienes agradezco el amor y la entrega a los marginados, sabéis muy bien que el ser humano, además de la ayuda material, necesita a Dios y espera sobre todo experimentar su amor.
Con mi bendición, feliz día del Corpus Christi
Atilano Rodríguez, obispo de Sigüenza-Guadalajara
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