Los cristianos afirmamos que la Iglesia católica conserva la fe de Cristo, vivida y transmitida por los apóstoles. Con esta afirmación, nos referimos a la fe en su totalidad, es decir, confesamos que la Iglesia no sólo transmite un conjunto de verdades reveladas por Dios, sino que conserva la forma de creer, la fe obediente y amorosa con la que Jesús creía en el Padre, la fe testificada por los apóstoles con el martirio, la fe de los santos.
Esta fe pasa de Jesús a los apóstoles. Ellos serán los primeros en recibir el encargo de anunciar, testimoniar y conservar la fe recibida del Maestro. Quienes escuchen a los apóstoles tendrán que recibirla, acogerla y vivirla tal como ellos la enseñen.
La Sagrada Escritura, inspirada por Dios, recoge y conserva la predicación de los apóstoles y los testimonios de fe, tal como se viven en las primeras comunidades cristianas, aún presididas por ellos. Sus sucesores, los obispos, tendrán la responsabilidad de anunciar lo que han recibido sin variaciones ni deformaciones.
Los cristianos, para vivir la comunión con la Iglesia apostólica, hemos de valorar la fe como algo recibido sin mérito alguno por nuestra parte y como un gran regalo que hemos de defender con valentía como patrimonio común de toda la Iglesia.
El apóstol Pablo le habla de este encargo a su buen discípulo Timoteo: “Esto es lo que tienes que enseñar y recomendar. Si alguno enseña otra doctrina y no se aviene a las palabras sanas de nuestro Señor Jesucristo y a la doctrina que es conforme a la piedad, es un orgulloso y un ignorante, que padece la enfermedad de plantear cuestiones y discusiones sobre palabras” (I Tim 6, 2-4).
La Iglesia, animada por el Espíritu y guiada por los sucesores de los apóstoles, es la encargada de conservar la fe de Jesús y de transmitirla a todos los pueblos de la tierra. Por eso, la fe de la Iglesia no es de nadie en particular, sino de la comunidad cristiana. La recibimos en el bautismo y a ella nos remitimos en la Eucaristía para vernos libres de nuestros pecados: “No tengas en cuenta nuestros pecados, sino la fe de tu Iglesia”.
Por medio de esta fe, recibida en el bautismo, nos incorporamos a la Iglesia y entramos a formar parte de la comunidad de los hijos de Dios. Desde ese momento, somos llamados y enviados por el Señor a vivir, celebrar y dar testimonio de esta fe. Por eso, hemos de anunciarla en su integridad, pues la fe no es una creación nuestra, sino un don que viene de Cristo y que nos permite vivir en comunión con Él y con todos los creyentes.
Con mi sincero afecto, feliz día del Señor.
Atilano Rodríguez, obispo de Sigüenza-Guadalajara
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