Las informaciones que recibimos cada día sobre el sufrimiento y la muerte de millones de personas como consecuencia del hambre, la pobreza y la violencia nos invitan a revisar nuestras relaciones con los hermanos y a renovar nuestro servicio y amor a los más necesitados. El Señor nos regala cada día su vida para que, acogiéndola en nuestro corazón, aprendamos a entregarla en el servicio generoso a nuestros semejantes.
Para superar el egoísmo, que a todos nos afecta en distintos momentos de la existencia, y para no cerrarnos en nuestros intereses personales, todos podemos y debemos orar confiadamente al Señor. La oración nos ayuda a poner la mirada y el corazón en Dios, y a experimentar que el verdadero amor a Dios hemos de mostrarlo y hacerlo realidad en las relaciones con nuestros semejantes, especialmente con quienes son marginados, despreciados o excluidos por la sociedad.
Además, la celebración de la Pascua del Señor y la contemplación de su victoria sobre el poder del pecado y de la muerte nos ayudan a descubrir que nunca estamos solos en el camino de la vida. Jesucristo, resucitado de entre los muertos, vive para siempre, nos acompaña en nuestra peregrinación por este mundo hacia la casa del Padre y nos ofrece la posibilidad de participar de su vida por toda la eternidad.
Los cristianos somos invitados por el Señor a comunicar la incomparable noticia de la resurrección de Jesucristo a todos los seres humanos. Como los apóstoles y los primeros discípulos, hemos de ofrecer esta alegre noticia a las personas con las que nos relacionamos cada día. El mundo, aunque no lo reconozca ni lo pida, necesita escuchar y percibir esta Buena Noticia mediante la palabra y el testimonio de quienes nos confesamos seguidores del Resucitado.
En este tiempo, marcado por el sufrimiento, la inseguridad y la preocupación ante el futuro, todos necesitamos experimentar la presencia viva de Cristo en medio de nosotros para que nos ayude a sobrellevar las dificultades del camino y nos impulse a estar cercanos a los que sufren, ofreciéndoles el amor, la comprensión y el acompañamiento que necesitan. En este sentido, el papa Benedicto XVI nos decía que “la capacidad de aceptar el sufrimiento y a los que sufren es la medida de la humanidad que se posee” (Spe salvi 38).
Vivamos cada momento de la existencia a la luz de la fe, busquemos el sentido de la vida, valoremos lo que hacemos y pidamos perdón por lo que dejamos de hacer a los demás; pensemos en lo que realmente importa en la vida y no nos dejemos dominar por el egoísmo y la angustia. Pongamos nuestra confianza en Dios, que nunca nos defrauda ni abandona, y afrontemos el presente y el futuro con responsabilidad y confianza en su amor misericordioso.
Con mi sincero afecto y bendición, feliz día del Señor.
Atilano Rodríguez, obispo de Sigüenza-Guadalajara
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