En la sociedad actual, con frecuencia se reivindican supuestos derechos personales o sociales con un fuerte componente ideológico, sin analizar los fundamentos éticos de los mismos. Al reivindicar estos derechos, en pocas ocasiones se tienen en cuenta los verdaderos derechos de los restantes miembros de la sociedad y el deber de colaborar a la consecución de los mismos.
Esta forma de comportarse es muy peligrosa pues, con el paso del tiempo, nos hace egoístas, individualistas y esclavos de las ideologías imperantes. Es más, esta visión de la realidad puede incapacitarnos para renunciar a los propios derechos en aquellos casos en los que es preciso defender los derechos más elementales de aquellas personas que, cerca o lejos de nosotros, no tienen capacidad o posibilidad de hacerlo.
Todos los seres humanos, pero especialmente quienes nos confesamos seguidores
de Jesucristo, necesitamos revisar nuestra constancia en la búsqueda del bien de los demás y la paciencia para sobrellevar sus cargas. Quien contempla a Jesús y asume su estilo de vida no puede abandonar nunca a los hermanos en los momentos de dificultad. Al contrario, permanece a su lado, aunque eso no le brinde
satisfacciones inmediatas.
La preocupación por la defensa de los derechos de los demás y la búsqueda de su bien nos obligan a luchar contra los comportamientos egoístas en las relaciones con nuestros semejantes y a desterrar de los labios y del corazón la violencia, el insulto o la calumnia. Si no afrontamos el egocentrismo y la defensa ideológica de nuestros supuestos derechos, con el paso del tiempo podremos llegar a considerar como algo normal la difamación, la calumnia y el desprecio de quienes no piensan como nosotros.
Esto nos obliga a todos, creyentes y no creyentes, a revisar nuestro modo de pensar y de actuar para descubrir si hacemos las cosas desde la búsqueda de la verdad y desde criterios éticos o, por el contrario, anteponemos los deseos y los intereses personales o grupales al bien general de la sociedad. La búsqueda del bien de los demás y defensa de sus derechos, nos ayuda a romper con la injusticia y a superar la mentira del egoísmo.
Cuando olvidamos el octavo mandamiento de la ley de Dios, que nos pide no levantar falsos testimonios ni mentir, podemos llegar a defender derechos personales sin fundamento ético y podemos incurrir en la calumnia y la difamación dañando de este modo la reputación de los demás y dando lugar a la difusión de juicios falsos.
Con mi sincero afecto y bendición, feliz día del Señor.
Atilano Rodríguez, obispo de Sigüenza-Guadalajara
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