El tiempo litúrgico del Adviento es una invitación del Señor a preparar nuestra mente y nuestro corazón para acoger la salvación de Dios, anunciada por los profetas y concretada en el nacimiento de Jesucristo. Desde hace algo más de 2000 años, Cristo, nacido del seno virginal de la Santísima Virgen, se hizo presente en nuestro mundo para ser fuente de vida y salvación para nosotros y para toda la humanidad.
Gracias a esta presencia de Jesucristo entre nosotros, la vida del hombre y la historia de la humanidad tienen un orden y un sentido. Él es el origen, el camino y la meta de la existencia humana. Nadie puede encontrar la verdad al margen de Jesús. Por eso, él es la aspiración más profunda del corazón humano y la plenitud de sentido de su existencia.
Puesto que Cristo, nacido en Belén, después de su muerte y resurrección, vive para siempre en medio de nosotros, podemos esperar confiadamente la participación definitiva de su vida a pesar de los momentos de desesperanza. Él es la gran Esperanza. Guiados por la fe en el Señor, podemos comenzar de nuevo cada día la peregrinación hacia la casa del Padre que es la meta de la existencia y de la fraternidad universal.
Para mantener viva esta esperanza y para sustentarla, la Iglesia nos invita durante el tiempo de Adviento a intensificar la relación con Dios en la oración y a buscar momentos para profundizar en su Palabra y en nuestra formación cristiana. Así podremos asumir con gozo la llamada de Dios a la perfección en el amor, la llamada a la santidad, procurando en todo momento permanecer en actitud de servicio a nuestros semejantes, especialmente a los hermanos más necesitados.
El futuro de nuestras vidas y de la Iglesia está en las manos de Dios y en el compromiso creyente de todos los bautizados, especialmente de los más jóvenes de nuestras comunidades cristianas. A todos hemos de invitarles durante este tiempo a algún encuentro de oración para ayudarles a crecer en el conocimiento de Jesucristo. Solo así podrán acogerlo en lo más profundo del corazón, asumiendo el amor de Dios como camino inequívoco para defender la autenticidad y el valor de la propia vida.
La Santísima Virgen es la mujer del Adviento. Ella esperó confiadamente el cumplimiento de las promesas de Dios y, a partir del nacimiento de su Hijo, no dejó de presentarlo y mostrarlo a todos los hombres como el camino, la verdad y la vida. Vivamos este tiempo de preparación y espera en la venida del Señor, contemplando los sentimientos, las actitudes y las respuestas confiadas de la Santísima Virgen a las llamadas de Dios. En comunión con María, mantengamos abierta la puerta de nuestro corazón para que el Niño Dios nazca y crezca cada día en nosotros.
Con mi sincero afecto y bendición, feliz tiempo de Adviento.
Atilano Rodríguez, obispo de Sigüenza-Guadalajara
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