Las iniciativas para abordar la crisis ecológica y para proponer soluciones a la misma son muchas y variadas. Esto quiere decir que, además de asumir los distintos puntos de vista a partir de las reflexiones científicas y técnicas, será también preciso tener en cuenta las riquezas culturales de los pueblos, del arte, de la poesía y de la espiritualidad.
Si queremos proponer una ecología que permita curar las heridas causadas a la naturaleza en el pasado y si queremos recuperar lo que se ha destruido de la misma, las distintas ramas de la ciencia y las variadas manifestaciones de la sabiduría de los pueblos no pueden ser nunca olvidadas ni marginadas (LS 63).
Por lo tanto, la opción por el diálogo entre estas distintas aportaciones ha de ser el camino a recorrer. En el desarrollo de este diálogo, que ha de sustentarse en el encuentro fe-razón y en la dimensión social de la fe, la Iglesia posee una larga experiencia. De hecho, el Santo Padre hace su aportación ecológica después de recoger datos y teorías de distinta procedencia y de variadas reflexiones científicas.
“La Iglesia católica está abierta al diálogo con el pensamiento filosófico, y eso le permite producir diferentes síntesis sobre la fe y la razón. En lo que respecta a las cuestiones sociales, esto se puede constatar en el desarrollo de la Doctrina Social de la Iglesia, que está llamada a enriquecerse cada vez más a partir de los nuevos desafíos” (LS 63).
Aunque algunos piensan que la oferta de diálogo por parte de la Iglesia debería centrarse especialmente en quienes no la conocen o viven al margen de sus enseñanzas, el papa Francisco señala, sin embargo, en la encíclica “Laudato Si” que este diálogo tendría que desempeñar una función ejemplar al interior de la Iglesia.
La reflexión ecológica, a partir de las convicciones religiosas, tendría que comenzar por los creyentes, pues somos los primeros que hemos de tomarnos en serio los contenidos de nuestra fe y la vivencia de la espiritualidad. No existe una auténtica espiritualidad, si no provoca en nosotros un cambio sincero en la forma de pensar, de vivir y de actuar en la relación con Dios, con los hermanos y con la naturaleza.
La experiencia del diálogo entre los miembros de la Iglesia, además de ayudarnos a crecer en el respeto, valoración y cuidado de la naturaleza, nos permitirá también poner las bases para establecer un diálogo serio y sincero con los no creyentes y con quienes pertenecen a otras confesiones religiosas.
Desde la solidez de nuestras convicciones religiosas, los cristianos podemos ofrecer una importante contribución al mundo de hoy con el compromiso ecológico: “Será un bien para la humanidad y para el mundo que los creyentes reconozcamos mejor los compromisos ecológicos que brotan de nuestras convicciones” (LS 64).
Con mi sincero afecto y bendición, feliz día del Señor.
Atilano Rodríguez, obispo de Sigüenza-Guadalajara
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