Todos los bautizados, por el sacramento del bautismo, asumimos la gozosa responsabilidad de vivir y actuar como discípulos misioneros. En la Iglesia, por tanto, nadie puede tener un papel meramente receptivo esperando que los demás decidan por él o le digan lo que debe hacer. Los bautizados somos todos protagonistas y, por tanto, hemos de estar dispuestos a asumir con gozo el mandato misionero del Señor.
La constatación de que la realidad a evangelizar no se corresponde con el proyecto de Dios y con su querer no puede paralizarnos ni sumirnos en la indiferencia. Al contrario, las dificultades para la evangelización deben impulsarnos a dar pasos decididos en el la conversión pastoral y misionera, puesto que en la nueva realidad no sirve ya una pastoral de mantenimiento o “una simple administración” de lo recibido.
Esta misión evangelizadora, confiada por el Señor a todos los bautizados, tiene que partir de la fidelidad a su persona, pasa por la confianza en la acción de la gracia y se nutre de la experiencia de la comunión eclesial para hacer así posible la revolución de la ternura. Desde aquí hemos de proclamar el amor de Dios a todos los seres humanos, haciéndoles ver el sinsentido del culto a los ídolos y el despropósito de ocultar la constante intervención divina en el mundo.
Una realidad de increencia e indiferencia religiosa, como lo que experimentamos hoy, nos obliga a todos los cristianos a poner a Jesucristo en el centro de la nuestra, asumiendo con alegría la presentación del Evangelio y teniendo presente que el estímulo para la misión no puede ser únicamente el olvido de Dios por parte de algunos hermanos, sino la idolatría del dinero, la incapacidad para reflexionar y el desprecio de los hermanos.
Ante las tentaciones de la mundanidad y de la acedia egoísta, que pueden afectarnos a todos por estar en el mundo, durante la celebración del Sínodo diocesano deberíamos revisar nuestra disponibilidad para la conversión pastoral, con la convicción de que la referencia para la actuación del cristiano en el mundo tiene que ser siempre el Otro, los otros y el servicio al Reino. Si perdemos esta perspectiva, resulta fácil caer en el subjetivismo, en el poder de las estructuras y en la confianza en las propias fuerzas.
La contemplación del rostro de Cristo, la meditación de sus enseñanzas y la adoración de su persona han de ser siempre el foco radiante que ilumine siempre nuestra forma de pensar y de actuar. Sólo con Él y desde Él podremos superar la comodidad, la rutina y el aburguesamiento, prestando especial atención al cultivo de la vida espiritual y acogiendo con corazón generoso la llamada del Señor a ser buena noticia para todos.
Con mi sincero afecto y bendición, feliz día del Señor.
Atilano Rodríguez, obispo de Sigüenza-Guadalajara
NOTA DE LA REDACCIÓN: EL HERALDO DEL HENARES acepta el envío de comunicados, cartas y artículos de opinión para ser publicados en el diario, sin que comparta necesariamente el contenido de las opiniones ajenas, que son responsabilidad única de su autor, por lo que las mismas no son corregidas ni apostilladas.
EL HERALDO DEL HENARES se reserva la posibilidad de rechazar dichos textos cuando no cumplan unos requisitos mínimos de respeto a los demás lectores o contravengan las leyes vigentes.