La Iglesia nos invita un año más a vivir el tiempo cuaresmal como ocasión propicia para avanzar en el camino de la conversión a Dios y a los hermanos. El Santo Padre, en el mensaje publicado con este motivo, nos recuerda a todos los cristianos que la conversión pasa siempre por la renovación de la fe, la esperanza y la caridad.
En todos los momentos de la vida, pero especialmente en el tiempo cuaresmal, los cristianos recibimos la invitación de Dios a creer, a confiar en Él, a abrirle las puertas de nuestro corazón y a dejarle entrar en nuestra existencia. Jesucristo, lleno de gracia y de verdad, viene a nosotros cada día en los sacramentos para que experimentemos la ternura del Padre celestial y para que vivamos en plena fidelidad a su voluntad.
Pero la fe en Jesucristo muerto y resucitado es también una oportunidad para renovar la esperanza. Fe y esperanza caminan íntimamente unidas. Esperar en el Señor y en el cumplimiento de sus promesas nos recuerda que la historia no termina con nuestros errores, violencias e injusticias. La misma contemplación de nuestros pecados a la luz de la fe eleva nuestra esperanza, porque nos invita a experimentar y celebrar el amor, el perdón y la infinita misericordia de nuestro Dios en el sacramento de la reconciliación.
Este perdón recibido de Dios por pura gracia nos mueve a actuar como instrumentos de esperanza y reconciliación en las relaciones con nuestros semejantes. Para ofrecer esperanza a los hermanos, en ocasiones, basta con ser personas amables, que dejan a un lado sus ansiedades y urgencias para prestar atención, para regalar una sonrisa, para decir una palabra de aliento en medio de tanta indiferencia (FT 224).
La caridad, concreción de la fe y de la esperanza, llena de sentido nuestra existencia. Gracias a ella, todos los seres humanos, especialmente los marginados por la sociedad, son reconocidos como miembros de nuestra familia, de la familia de los hijos de Dios. Por eso, cuando compartimos lo poco que somos y tenemos con los demás, experimentamos el gozo del encuentro y la felicidad de la entrega. La caridad, que nos impulsa a cuidar de nuestros semejantes, hemos de mostrarla en todo momento a quienes experimentan sufrimiento, soledad, angustia ante el futuro y paro laboral como consecuencia de la pandemia provocada por el coronavirus. En medio de tanto dolor, el Señor nos grita con infinita ternura: “No temas, yo estoy contigo”.
Con nuestra oración, ayuno y limosna, acompañemos a Cristo en el camino hacia la cruz, dejándonos iluminar por la luz de su resurrección. Así, purificados de nuestros pecados, podremos participar de la alegría y de la vida nueva que Cristo nos regala con su victoria sobre el poder del pecado y de la muerte. Con mi sincero afecto y bendición, buen itinerario cuaresmal.
Atilano Rodríguez, obispo de Sigüenza-Guadalajara
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