El análisis de los comportamientos religiosos del hombre de hoy nos revela que muchos no son creyentes ni no creyentes. La indiferencia religiosa sustenta los comportamientos familiares y sociales de bastantes hermanos. En última instancia se percibe la ausencia de unos requisitos que son indispensables para que la persona pueda adoptar una actitud creyente o no creyente ante la vida.
Las encuestas sociológicas nos dicen que bastantes hombres y mujeres mantienen un estilo de vida y unos comportamientos sociales que les impiden ahondar en las profundidades de su existencia. Oyen tantas palabras y reciben tantos mensajes procedentes del exterior que no tienen la capacidad necesaria para escuchar y responder las preguntas e interrogantes que nacen de su interior.
Para vivir y actuar con responsabilidad ante el misterio de la existencia, es imprescindible superar la superficialidad, buscar el silencio exterior e interior y penetrar hasta lo más profundo de uno mismo para responder con sinceridad y verdad a todas las preguntas e interrogantes de la existencia. De hecho, algunos bautizados permanecen alejados de Dios, porque antes se han alejado de sí mismos, al asumir un estilo de vida en el que la voz de Dios ya no puede ser escuchada. La búsqueda del interés personal hace imposible la necesaria apertura a Dios y a los hermanos.
Cuando el ser humano se conforma con un bienestar, en el que solo caben las cosas materiales, cuando busca la satisfacción inmediata de los propios deseos o cuando vive totalmente volcado en lo exterior, preocupado por las apariencias y por la imagen de sí mismo ante los demás, no existe ocasión ni oportunidad para abrirse en profundidad al misterio de la existencia o para pensar en el sentido último de la misma.
Aunque en ocasiones muchas personas no son conscientes de ello, Dios vive en nosotros, camina con nosotros y quiere responder a nuestros problemas. Él ha entrado en el mundo para ser compañero de camino, para ofrecernos su salvación y para compartir con nosotros la condición humana en todo menos en el pecado, brindándonos así respuestas fundantes a los interrogantes de la existencia.
A pesar de nuestras huidas de Dios, siempre podemos reorientar el camino y volver a su encuentro, pues él tiene el poder de suscitar nuevamente la fe y el amor en nuestro corazón por la acción del Espíritu Santo. Para ello, es preciso que estemos dispuestos a encontrarnos con nosotros mismos y que tengamos la valentía de preguntarnos si nuestra existencia tiene verdadero sentido o no.
Con mi bendición, feliz día del Señor.
Atilano Rodríguez, obispo de Sigüenza-Guadalajara
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