El día 1 de septiembre la Iglesia celebra la Jornada Mundial de Oración por el Cuidado de la Creación. A partir de esta fecha, iniciamos un tiempo ecuménico que concluirá el día 4 de octubre, festividad de San Francisco de Asís. Durante este periodo de tiempo, los cristianos somos invitados a revisar nuestra preocupación por el cuidado de la casa común, a orar para que todos los seres humanos tomen conciencia de su conservación y a practicar la “conversión ecológica” como respuesta a la “catástrofe ecológica”, denunciada ya en su día por el papa san Pablo VI.
En el mensaje publicado por el Santo Padre con ocasión de esta celebración se nos recuerda la necesidad de unir nuestra alabanza a Dios a la de los restantes seres creados por la obra maravillosa de la creación. Pero, al mismo tiempo, se nos pide que escuchemos el grito dolorido de la creación como consecuencia del maltrato, al que se ve sometida por parte del hombre. La creación grita, gime y nos suplica que dejemos de abusar de ella y que no contribuyamos a su destrucción con nuestras acciones.
Pero, si nos fijamos, no solo grita la creación. Con ella gritan y claman también los pobres de la tierra. Ellos están especialmente expuestos a las crisis climáticas y a los efectos del calentamiento global. Los más empobrecidos de la tierra son los que más sufren los impactos de la sequía, de las lluvias torrenciales, de los huracanes y de las olas de calor que, como todos constatamos, siguen siendo cada día más intensas y frecuentes.
La escucha de los gritos amargos de la creación y el clamor de tantos hermanos que viven en la pobreza más radical, nos exige avanzar en la “conversión ecológica”. Además de arrepentirnos de las ofensas a Dios y a los hermanos, es preciso que estemos dispuestos a cambiar nuestro estilo de vida y nuestros comportamientos irresponsables con la naturaleza y con los seres creados. La revisión de nuestra relación con Dios implica establecer una relación diferente con nuestros semejantes y con la naturaleza.
La contemplación del estado de degradación de la casa común hace ver que no solo es un lastre para las generaciones futuras, sino que debería merecer por parte de todos, especialmente por las instituciones políticas, nacionales e internacionales, la misma atención que se presta a las crisis sanitarias y a los conflictos bélicos. “Vivir la vocación de ser protectores de la obra de Dios es parte esencial de una existencia virtuosa; no consiste en algo opcional ni en un aspecto secundario de la experiencia cristiana” (LSi, 217).
En los próximos meses se celebrarán importantes cumbres internacionales sobre el clima y sobre temas medioambientales. Pidamos al Señor que la contribución decidida de todos los países del mundo a la protección de la casa común se manifieste en hechos concretos para que los millones de hermanos, que sufren con más dureza los efectos del cambio climático, puedan afrontar el futuro con esperanza.
Con mi sincero afecto y bendición, feliz día del Señor
Atilano Rodríguez, obispo de Sigüenza-Guadalajara
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