Cuarenta días después de la resurrección del Señor, celebramos la solemnidad de su Ascensión a los cielos, en presencia de los discípulos. Es una fiesta para la alegría y la esperanza, porque la Ascensión es la mejor garantía de nuestra glorificación, si permanecemos fieles a Jesucristo: “En la casa de mi Padre, dirá Jesús, hay muchas moradas. Yo voy a prepararos una para que donde yo estoy, estéis también vosotros”.
En estas últimas décadas, se han prometido a los hombres muchos paraísos en la tierra. Se fabrican instrumentos cada vez más sofisticados para prolongar la vida del hombre y ofrecerle así un paraíso en este mundo. Sin embargo, la promesa de una vida para siempre en esta tierra es irrealizable, porque al fin siempre nos encontramos con el límite de la muerte. Los cristianos somos dichosos porque la fe nos asegura que estamos de paso por este mundo y que el paraíso verdadero es el cielo. Esta es una esperanza que no defrauda y tiene el poder de dar pleno sentido a la existencia humana.
En esta fiesta de la Ascensión, la Iglesia celebra también la Jornada de los Medios de Comunicación Social, con el lema “Escuchar con los oídos del corazón”. El papa Francisco, en el discurso publicado con motivo de esta celebración, nos invita a todos a centrar nuestra atención en el verbo “escuchar”, como condición para un diálogo auténtico, para una convivencia fraterna y para un verdadero encuentro con el hermano que tenemos ante nosotros y con el que convivimos.
A pesar de que son muchas las personas que, debido a sus heridas espirituales y morales, tienen necesidad de ser escuchadas, existe una pérdida de la capacidad de escucha, sin embargo. Nos escuchamos demasiado a nosotros mismos o vivimos despreocupados de la suerte de los demás. Como nos dice el Papa, olvidamos que “solo prestando atención a quién escuchamos, qué escuchamos y cómo escuchamos, podemos crecer en el arte de comunicar, cuyo centro no es una teoría o una técnica, sino la capacidad del corazón”.
Esta actitud de escucha requiere siempre la práctica de la paciencia, de la cercanía y del diálogo. Quienes no están dispuestos a escuchar a sus semejantes, con el paso del tiempo serán también incapaces de escuchar a Dios. En la convivencia diaria y en la actividad pastoral, una de las obras más importantes es el “apostolado del oído”. Renunciar a alguno de nuestros compromisos y regalar un poco de nuestro tiempo para escuchar a los demás es el primer gesto de caridad hacia ellos.
Pidamos al Señor que el proceso sinodal que estamos viviendo en la Iglesia universal y en nuestra diócesis nos ayude a escucharnos, a crecer en la comunión y a impulsar la misión. Esta no puede ser nunca el resultado de estrategias y de programas pastorales, sino que se edifica sobre la escucha del Espíritu y sobre la escucha recíproca entre hermanos. Oremos también hoy por los profesionales de los medios de comunicación para que su trabajo se fundamente en la escucha, en la verdad y en la autenticidad.
Con mi sincero afecto y bendición, feliz día de la Ascensión del Señor.
Atilano Rodríguez, obispo de Sigüenza-Guadalajara
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