El día 25 de marzo, solemnidad de la Anunciación del Señor, los cristianos celebrábamos el misterio de la encarnación del Hijo de Dios. En la contemplación de este misterio podíamos descubrir el infinito amor del Padre que “tanto amó al mundo que le entregó a su Unigénito” (Ef 1, 4-5), para que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad por la participación en la misma vida de Dios.
En este día celebrábamos también la jornada en defensa de la vida humana. Con el lema “Acoger y cuidar la vida, don de Dios”, la Iglesia nos invitaba a defender toda vida humana, desde la concepción hasta su muerte natural, pues cada vida es un don de Dios y está llamada a alcanzar la plenitud del amor. La defensa de la dignidad de cada persona y el cuidado de los demás tiene que impulsarnos a poner los medios a nuestro alcance para erradicar aquellas situaciones, en las que la vida es puesta en riesgo, como pueden ser la esclavitud, la trata de seres humanos, la delincuencia, el maltrato y la guerra.
Teniendo en cuenta el dolor, el sufrimiento y la muerte de miles de personas inocentes en los distintos enfrentamientos armados que asolan el mundo y, de un modo especial, la invasión de Ucrania por parte de Rusia, el papa Francisco nos invitaba también el día 25, a las 17 horas, a participar con él en la consagración de estas dos naciones al Corazón Inmaculado de María en la basílica de San Pedro, durante la celebración de la Penitencia, con la que daba comienzo en Roma la jornada “24 horas para el Señor”.
Aunque ya llevamos días orando personal y comunitariamente por la paz en el mundo, os invito a todos los diocesanos a seguir elevando súplicas al Señor para que cese la violencia de las armas, para que sea respetada la dignidad de cada ser humano y para que todos descubramos la responsabilidad de trabajar por la fraternidad universal, comenzando por la vivencia de la misma en nuestros hogares y en las relaciones sociales. Son muchas las personas inocentes, especialmente niños y jóvenes, que mueren cada día por la violencia de las armas y muchas también las que tienen que dejar sus hogares y su tierra para huir de la violencia indiscriminada y para encontrar acogida fraterna y humanitaria en otros países del mundo. Ante la situación dramática, en la que se ven inmersos tantos hermanos nuestros en estos momentos, no podemos ser indiferentes y hemos de colaborar en la medida de nuestras posibilidades para paliar tanto sufrimiento y destrucción.
La Santísima Virgen, con la colaboración de San José, sigue mostrando a todos los seres humanos al que es la vida y la luz del mundo. Que ella continúe siendo modelo para quienes se dedican al cuidado de la vida de sus semejantes e interceda especialmente por tantas personas inocentes que pierden sus vidas por la falta de escrúpulos de quienes se consideran poderosos y dueños de la existencia de sus semejantes.
Con mi sincero afecto y bendición, feliz día del Señor.
Atilano Rodríguez, Obispo de Sigüenza-Guadalajara
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