Algunos gobiernos de las sociedades desarrolladas están llevando a cabo campañas publicitarias para obtener el respaldo de la opinión pública y, de este modo, poder legislar sobre lo que se ha dado en llamar “el derecho a la muerte digna”. Estas campañas suelen comenzar por la presentación de algún caso de extrema gravedad en los medios de comunicación, haciendo ver que todas las personas que padecen una enfermedad grave o una deficiencia física están deseando terminar con su vida.
Sin embargo, los enfermos y ancianos lo que desean es seguir viviendo y lo que esperan es la ayuda, el acompañamiento y la comprensión de sus familiares y de las personas cercanas para superar sus limitaciones. La eutanasia, por lo tanto, no es un progreso en la historia de la humanidad, pues ya era conocida y practicada por los antiguos.
El verdadero progreso, que fue una aportación del cristianismo, consiste en el reconocimiento del derecho a vivir de todos, también de quienes tienen alguna discapacidad o limitación. Así mismo, también es auténticamente humano y progresista el desarrollo de la responsabilidad moral de los restantes miembros de la sociedad para acompañar a quienes experimentan limitaciones y para ayudarles a vivir.
Si partimos de la consideración de que la eutanasia consiste en la acción cuyo objetivo es causar la muerte a una persona para evitarle sufrimientos, bien sea porque ella lo pide, bien porque otros consideran que su vida ya no merece la pena ser vivida, parece evidente que la eutanasia es una forma de homicidio, pues lleva consigo la muerte de una persona propiciada por otra, bien sea por un acto positivo o bien sea por que se omiten las atenciones o los cuidados debidos.
Este tipo de actuación es admitido en nuestros días por bastantes hermanos que consideran la libertad como la capacidad de tomar decisiones, cuando ellos lo consideran conveniente, sin referencia a la verdad y al bien. Estos hermanos conciben la existencia humana como una ocasión para gozar y disfrutar. Por tanto, cuando ya no se puede disfrutar de la vida, la única salida razonable es el suicidio directo o indirecto.
Los cristianos sabemos que todo ser humano, creado a imagen y semejanza de Dios, no sólo es capaz de relacionarse con Él y de vivir libremente en alianza con Él por toda la eternidad, sino que tiene una dignidad divina. Es decir, cada persona vale por sí misma, independientemente de las buenas o malas circunstancias en que viva. Es más, cuanto más débil aparezca, más digna es de nuestro respeto y ayuda.
Además, como nos dice el quinto mandamiento de la ley de Dios, la vida del ser humano no está a disposición de nadie ni es propiedad de nadie, sino de Dios. La vida humana es uno de esos derechos que no podemos negociar con nadie, ni siquiera con nosotros mismos. Es uno de esos bienes y regalos que nos hablan del misterio de la existencia y que nos muestran la grandeza de la dignidad de la persona.
Con mi cordial saludo y bendición, feliz día del Señor.
Atilano Rodríguez, obispo de Sigüenza-Guadalajara
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