El pasado día 9 de octubre, el Comité de Bioética de España publicaba una nota, en la que se recoge la reflexión de sus miembros ante la tramitación en el parlamento español de la ley de eutanasia. En dicha nota, los firmantes rechazan por unanimidad los fundamentos éticos de la ley, puesto que “reconoce la muerte como un derecho incorporable al catálogo de prestaciones de la sanidad pública”.
Existen sólidas razones sanitarias, éticas y sociales para rechazar la transformación de la eutanasia en un derecho subjetivo y en una prestación pública. Se produciría la gran contradicción de que los médicos y el personal sanitario, que cada día se entregan con dedicación generosa al cuidado de la vida de sus pacientes, tendrían que ser también los que llevasen a cabo la muerte de aquellos otros que lo considerasen conveniente.
Además, la legalización de la eutanasia o el suicidio asistido sería iniciar un camino de poca valoración de la vida humana y, por tanto, de la convicción de que es necesario protegerla. Los testimonios de muchos ciudadanos en los pocos países en los que la eutanasia ha sido aprobada legalmente certifican que cada año crece el número de personas que la solicitan y la razón de esta petición no es la enfermedad o la limitación física, sino la falta de amor, la soledad y el sinsentido de la existencia.
Como sucede con otras leyes aprobadas en nuestro país con anterioridad, se ha vendido la ley de la eutanasia como un avance y un “progreso” de la sociedad. Muchos, sin detenerse a discernir el significado de la palabra progreso, no han dudado en apoyar con su voto a quienes defendían la eutanasia como un medio para eliminar todo sufrimiento, pues, según ellos, una vida de calidad sería una vida sin sufrimiento alguno.
Aunque tal vez ya sea tarde, pienso que en el futuro deberíamos ser mucho más reflexivos y conscientes de nuestras decisiones personales, pues estas siempre tienen repercusiones sociales. Ni la eutanasia ni el auxilio en el suicidio son un signo de progreso, sino un verdadero retroceso en la civilización y en la convivencia social.
Cuando analizamos la historia de la humanidad, podemos constatar que, en Grecia y Roma, así como en otras sociedades primitivas, la eutanasia no era mal vista por la sociedad. Los enfermos incurables y las personas mayores podían ser eliminados de modo más o menos honorable o eran sometidos a prácticas y ritos eugenésicos.
La valoración de la dignidad de toda vida humana, la del sano y la del enfermo, fue un verdadero progreso introducido por el cristianismo. Por eso, lo que en estos momentos se presenta como un progreso, en realidad es un gran retroceso, fruto del individualismo que socaba la solidaridad y de una concepción equivocada de la libertad, entendida esta como la simple capacidad de tomar decisiones sin referencia alguna a la verdad y al bien.
Con mi sincero afecto y bendición, feliz día del Señor.
Atilano Rodríguez, obispo de Sigüenza-Guadalajara
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