El próximo día 2 de febrero celebramos en la Iglesia la presentación de Jesús en el templo de Jerusalén por María y José para cumplir lo prescrito por la ley de Moisés. Pero, sobre todo, con esta presentación de Jesús al anciano Simeón y a la profetisa Ana, se revela a todos los pueblos de la tierra el misterio de Jesucristo, el Hijo amado del Padre, que viene al mundo para cumplir su voluntad con total fidelidad.
La Iglesia, por expreso deseo de San Juan Pablo II, viene celebrando también en este día la “Jornada Mundial de la Vida Consagrada”. Para conocer, valorar y dar gracias a Dios por el don de la vida de tantos consagrados y consagradas, todos los cristianos estamos invitados a unirnos a ellos en la súplica confiada al Padre celestial para que les ayude a seguir mostrando con el testimonio de las obras y de las palabras su total disponibilidad para el cumplimiento de la misión recibida del Espíritu Santo.
En nuestro mundo, en ocasiones insensible a los valores religiosos y distraído en cuestiones secundarias, la Iglesia y el mundo necesitan personas totalmente entregadas al Señor que valoren su vocación y la vivan con gozo en cada instante de la vida. Solo así será posible salir al encuentro de todas “las periferias humanas” para mostrarles las maravillas de Dios y la alegría del Evangelio.
El lema elegido para la celebración de este año “La vida consagrada con María, esperanza de un mundo sufriente”, nos permite profundizar en el puesto central de la Santísima Virgen en la vida y en la misión de la Iglesia y, de un modo especial, en la vocación y misión de quienes, como Ella, han consagrado toda su existencia al Señor.
En medio de las dificultades y oscuridades del camino, María aparece como la mujer de la esperanza. Su respuesta incondicional a Dios en todo momento expresa su confianza inquebrantable en el cumplimiento de las promesas divinas. De este modo, puede acompañar e interceder por sus hijos para que, en medio de las aparentes derrotas humanas, no tengan miedo a entregarle su existencia sin vacilar.
En un contexto cultural contaminado por el laicismo y por el consumismo, los miembros de la vida consagrada, verdadero don del Espíritu Santo a la Iglesia y a la sociedad, se convierten cada vez más en testigos de esperanza para el mundo de hoy, en la medida en que dan testimonio de la dimensión trascendente de la existencia.
Para acompañar a los consagrados y consagradas de nuestra diócesis y para unirnos a su acción de gracias al Padre celestial por la vocación recibida, os invito a todos los diocesanos a participar en la celebración de la Eucaristía que, Dios mediante, presidiré el día 2 de febrero, a las 19 horas, en la concatedral de Guadalajara.
Con mi sincero afecto y bendición, feliz día del Señor
Atilano Rodríguez, Obispo de Sigüenza-Guadalajara
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