El día 2 de febrero celebramos la fiesta de la Presentación de Jesús en el templo de Jerusalén. José y María, cumpliendo con la ley de Moisés, llevan al Niño para presentarlo y ofrecerlo a Dios. Con este gesto sencillo, nos recuerdan que Jesús vino a este mundo para cumplir fielmente la voluntad del Padre, asumiendo la profecía del anciano Simeón, cuando lo presenta como el Salvador de los hombres, luz de la naciones y gloria del pueblo de Israel.
En este día, la Iglesia celebra también la Jornada Mundial de los Institutos de Vida Consagrada y de las Sociedades de vida apostólica. Con el lema “La vida consagrada, encuentro con el amor de Dios”, se nos invita a todos los cristianos a valorar el carisma de los consagrados y a dar gracias a Dios porque sus vidas son siempre respuesta al amor infinito del Padre, manifestado y concretado en la entrega de Jesús hasta la muerte.
En un mundo ensimismado por los progresos de la ciencia y centrado en la búsqueda de los propios intereses, como si no existiese nada más que este mundo, los consagrados, mediante la vivencia de los consejos evangélicos de pobreza, castidad y obediencia, nos recuerdan sin palabras que Dios, a pesar de nuestros pecados, nos ama sin condiciones y que solamente su amor puede colmar nuestras aspiraciones más profundas.
El testimonio de alegría, de amor y de entrega incondicional a Dios y a los hermanos por parte de los consagrados es una invitación a entrar en nuestro interior para descubrir dónde ponemos nuestra esperanza, para preguntarnos cuáles son nuestros intereses y para ayudarnos a detectar aquellos comportamientos que nos alejan del amor de Dios, impidiéndonos ser felices y encontrar el verdadero sentido de la existencia.
Por medio de su Palabra y por el testimonio creyente de los consagrados, Jesucristo, hoy, como ayer, continúa saliendo al encuentro de cada ser humano para mostrarle la alegría de su presencia, para ayudarle a superar los temores ante las dificultades y para recordarle que le espera siempre con los brazos abiertos para regalarle su amor a fin de que pueda ser testigo del mismo hasta los confines de la tierra.
En comunión con los miembros de la vida consagrada, que en este día renuevan su consagración al Señor, demos gracias al Padre celestial por el regalo de sus vidas para la Iglesia y para el mundo. Encomendemos especialmente a los consagrados y consagradas que asumen con gozo cada día la misión confiada por el Señor en nuestra diócesis. Que el buen Dios les conceda la gracia de vivir con alegría y esperanza su vocación, invitándonos a todos a dejarnos alcanzar por el amor de Dios.
Con mi sincero afecto y bendición, feliz día del Señor.
Atilano Rodríguez, obispo de Sigüenza-Guadalajara
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