La celebración de la solemnidad de la Santísima Trinidad nos invita a profundizar en el misterio de amor y de unidad de las tres personas divinas. Los católicos confesamos, veneramos y adoramos a un único Dios, que se manifiesta a lo largo de la historia de la salvación en tres personas distintas. Por eso, los padres de la Iglesia decían que en la vida todo viene del Padre, por medio del Hijo, en el Espíritu Santo.
El Padre, movido por el amor a sus criaturas, envía al mundo a su Hijo Jesucristo para redimirnos del pecado y para hacernos partícipes de su vida divina. Por medio de la inserción en Cristo en el sacramento del bautismo, los cristianos participamos de la comunión de vida y amor de las personas de la Trinidad y podemos afirmar que “en Dios vivimos, nos movemos y existimos”. Vivir en Dios es vivir en lo eterno, esperando participar en plenitud de la eternidad, a la que tiende todo corazón humano.
En este día, la Iglesia española celebra también la Jornada “Pro orantibus”, invitándonos a descubrir el sentido de la total consagración a Dios y pidiéndonos una oración especial por los monjes y monjas que, desde su retiro en los monasterios, viven especialmente dedicados a la contemplación del misterio de Dios para descubrir su voluntad y para interceder en sus oraciones diarias por nosotros y por la humanidad. Estos hermanos, que viven cada día la comunión con Dios, están muy cerca de nosotros desde la oración al Señor en sus templos, desde la escucha de la Palabra en sus celdas, desde la colaboración con él en el trabajo, desde el estudio en sus bibliotecas y desde la acogida fraterna y cordial de tantas personas que llaman cada día a sus puertas pidiendo oraciones por sus necesidades y buscando consuelo en medio de sus sufrimientos.
Cada comunidad monástica camina en comunión con toda la Iglesia, practicando la escucha del Espíritu y acogiendo los consejos e insinuaciones de sus hermanos para avanzar en el camino de la conversión y en la vivencia de la misión. Por eso, al dejarlo todo, para seguir más de cerca al Señor, se convierten en lámparas y en testigos de la Luz para creyentes y no creyentes, ofreciendo así un testimonio luminoso de sinodalidad. Con su estilo de vida, con su vivencia de la alegría evangélica y con su testimonio creyente estimulan e impulsan a toda la Iglesia a salir en misión.
Al tiempo que oramos especialmente por quienes oran diariamente por nosotros y pedimos al Padre que suscite nuevas vocaciones a la vida monástica, debemos revisar nuestra vida de oración, la preocupación por la formación cristiana y el compromiso con los pobres. Solamente desde la comunión con el Señor y con los hermanos, podremos vivir la participación y la misión, permaneciendo en el servicio a nuestros semejantes.
Con mi sincero afecto y bendición, feliz fiesta de la Santísima Trinidad.
Atilano Rodríguez, obispo de Sigüenza-Guadalajara
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