El pasado día 4 de octubre se hacía pública la Exhortación Apostólica “Laudate Deum” (Alabad a Dios) del papa Francisco. Este documento recoge la invitación del Santo de Asís a alabar a Dios por todas sus criaturas con la vida, el cántico y los gestos, y está dirigido a todas las personas de buena voluntad pues, como nos ha recordado el Papa en otras ocasiones, “nadie se salva solo. Todos estamos interconectados”.
La exhortación está en continuidad con la encíclica “Laudato sí”, en la que el Papa compartía su preocupación por el deterioro creciente de la casa común. Ante la escasez de reacciones a sus propuestas, el Santo Padre afirma que el cambio climático está perjudicando de forma creciente la vida y la subsistencia de millones de personas y familias en el mundo. Estos efectos negativos tendrán su manifestación en los ámbitos de la salud, en el trabajo, en el acceso a los recursos, en la vivienda y en las migraciones.
Apoyándose en argumentos científicos, el papa Francisco denuncia la actitud irresponsable de aquellas personas o grupos sociales que niegan la existencia del cambio climático, aunque los signos y manifestaciones del mismo son cada día más evidentes. De hecho, aunque algunos pretendan negar o relativizar los signos y los efectos del cambio climático, estos aparecen cada día con más claridad. Durante los últimos años, todos hemos podido constatar periodos de elevadas temperaturas y de sequías severas con otros momentos de lluvias intensas y de grandes nevadas.
Detrás de todos estos fenómenos está siempre el ser humano que, en vez de reconocerse como parte de la misma naturaleza, se considera como un factor externo a la misma, buscando satisfacer sus intereses y olvidando su responsabilidad en la consecución del bien común. Al pretender ocupar el lugar que a Dios pertenece, la persona, además de engañarse a sí misma, toma decisiones irracionales y egoístas en sus relaciones con los demás seres vivos y con la naturaleza, sin asumir el daño que les causa con sus acciones. Un ser humano que pretende ocupar el lugar de Dios se convierte en el peor enemigo de sí mismo y de la naturaleza (LD 73).
Ante el riesgo irreversible de destrucción de la casa común, todos deberíamos poner los medios para contaminar menos, reducir desperdicios y consumir con prudencia para crear paulatinamente una nueva cultura social. La solución de este problema exige la implicación de todos, pues las personas más débiles y las que viven en los países más pobres son las que más sufren las consecuencias del cambio climático.
No obstante, a pesar de los esfuerzos individuales, hemos de reclamar soluciones más efectivas y urgentes para el cuidado de la casa común a quienes ostentan responsabilidades políticas y económicas en nuestra nación y en los restantes países. Sin adecuadas políticas nacionales e internacionales, será imposible hacer frente al problema histórico que estamos viviendo, pues hasta el presente se ha hecho muy poco.
Con mi bendición, un cordial saludo.
Atilano Rodríguez, obispo de Sigüenza-Guadalajara
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