Durante el Adviento, el testimonio de la Santísima Virgen, como mujer de la espera y de la esperanza, nos acompaña constantemente. La Iglesia nos invita a contemplarla especialmente en este tiempo de gracia, pues por medio de ella tuvo lugar la primera venida de Jesús, la primera entrada del Salvador en nuestro mundo.
María formaba parte del grupo de los israelitas que esperaban el cumplimiento de las promesas hechas por Dios a su pueblo en el Antiguo Testamento por medio de los profetas. Con sus gestos y palabras, ella vivía fielmente según las enseñanzas proféticas, aunque no sabía cómo se realizaría la venida del Salvador. Por eso, se turba cuando el arcángel Gabriel le dice que el Hijo de Dios quería entrar en el mundo por medio de ella.
Después de preguntar al enviado de Dios cómo podría ser aquello, María, impulsada por la fe y la obediencia a la voluntad del Padre, da su consentimiento, pronunciando aquel “Sí” que hace posible el desarrollo de la historia de la salvación: “He aquí la esclava del Señor. Hágase en mí según tu palabra” (Lc 1, 26). De este modo, María se convirtió en la morada y en la verdadera puerta por medio de la cual Jesús entró en el mundo.
La Santísima Virgen, que sigue mostrándonos a Jesús cada día para que hagamos lo que él nos diga, nos invita también a dejarle nacer en nosotros para que así podamos mostrarlo a los hermanos como el Mesías de Dios. El mismo Jesús llama hoy a la puerta de nuestro corazón para preguntarnos si le dejamos entrar, pues solo si le regalamos nuestra existencia y nuestro tiempo, podrá hacerse presente a los demás. Cada uno hemos de responder a esta llamada del Señor con todo nuestro ser.
Si nuestra respuesta a la llamada de Dios es positiva, el mismo Espíritu, que fecundó las entrañas virginales de María, transformará también nuestro corazón y nuestra existencia para que el Hijo de Dios siga haciéndose presente en el mundo. Así, del mismo modo que en el centro de la historia de la humanidad está la primera venida de Jesús, al final de la historia estará también su retorno glorioso con poder y majestad.
Durante este tiempo de espera, somos invitados a confrontar nuestros pensamientos, actitudes y comportamientos con los de Aquel que vive para siempre en medio de su pueblo. Si avanzamos en la identificación con el Mesías a lo largo de la existencia, podremos esperar confiadamente el encuentro definitivo con él cuando vuelva al fin de los tiempos. En este camino, María nos acompaña con su poderosa intercesión y nos enseña a escuchar, meditar y guardar la palabra de Dios para que su voluntad se cumpla en nuestra existencia, como se cumplió en ella.
Con mi sincero afecto y bendición, feliz día del Señor.
Atilano Rodríguez, obispo de Sigüenza-Guadalajara
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