En estos momentos, la pandemia provocada por el coronavirus, gracias a Dios, parece que está remitiendo en nuestra nación, aunque existan nuevos brotes. A pesar de todo, debemos poner los medios a nuestro alcance para evitar nuevos contagios en el futuro y para no tener que pasar por el dolor y el sufrimiento experimentados en el pasado.
La experiencia vivida durante los meses de confinamiento tendría que ayudarnos a hacer una reflexión sobre el sentido de nuestra existencia para darle un nuevo rumbo y una nueva orientación. Seguramente, muchos hemos constatado que las prisas y las preocupaciones de cada día nos están llevando a poner en un segundo la necesaria relación con Dios, con los miembros de la familia y con los amigos.
Para no olvidar lo vivido a la hora de proyectar el futuro, tendríamos que preguntarnos: ¿Puedo seguir viviendo igual que he vivido hasta el presente? ¿Qué sentimientos, actitudes y comportamientos debería cambiar en el futuro? La experiencia de enfermedad, muerte e impotencia, ¿me ha permitido descubrir que el poder, el dinero y los proyectos personales no proporcionan la felicidad al ser humano ni pueden darle verdadero sentido a la peregrinación por este mundo?
Una vez superados los efectos más graves de la infección, corremos el riesgo de habituarnos a cuidar la limpieza, a utilizar la mascarilla y a mantener la distancia con los demás para evitar nuevos contagios. Es más, podemos olvidar lo vivido y seguir programando el presente sin haber reflexionado sobre lo que Dios quiere decirnos por medio de este verdadero signo de los tiempos. Por eso, en vez de programar el futuro desde nuestros criterios y desde nuestros deseos, tendríamos que preguntarle al Señor cómo quiere y espera que lo vivamos.
En medio de las prisas y de los compromisos de cada día, todos tendríamos que reservar un tiempo para escuchar la voz de Dios, descubrir su amor y dejarle entrar en nuestra existencia. De este modo, podríamos experimentar que Él es quien da verdadero sentido y orientación a nuestra peregrinación por este mundo.
Una nueva sociedad y una nueva convivencia sólo serán posibles, si cada uno estamos dispuestos a dar una nueva orientación a la vida. No esperemos que cambien los demás. Demos el primer paso en el camino de la conversión y así podremos experimentar que la convivencia familiar, las relaciones laborales y los encuentros con los restantes seres humanos, especialmente con los más necesitados, serán distintos.
Para no actuar en el futuro desde la autosuficiencia, el subjetivismo y la prepotencia, deberíamos meditar una vez más las palabras pronunciadas por el papa Francisco, el día 27 de marzo, desde el atrio de la basílica de San Pedro: “Es el momento para elegir entre lo que verdaderamente cuenta y lo que pasa, separar lo que es necesario de lo que no lo es. Es el tiempo para restablecer el rumbo de la vida hacia ti, Señor, y hacía los demás”.
Con mi sincero afecto y bendición, feliz día del Señor.
Atilano Rodríguez, obispo de Sigüenza-Guadalajara
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