El papa Francisco repite con frecuencia que todos los cristianos, por el sacramento del bautismo, hemos sido constituidos “discípulos misioneros”. Con esta afirmación, nos está recordando que, para ser buenos misioneros, es preciso que antes seamos buenos discípulos, es decir, que estemos dispuestos a conocer y profundizar en las enseñanzas y en el testimonio de Jesucristo, el Maestro, para seguirle y para vivir como enviados.
Esta responsabilidad y misión, que es común a todos los bautizados, la Iglesia la pide especialmente a los ministros ordenados. Ciertamente, los presbíteros, por el sacramento del orden, participan del sacerdocio de Jesucristo, Cabeza y Pastor de la Iglesia, y son constituidos pastores para el servicio del Pueblo de Dios, pero el pastor no puede olvidar nunca su condición de discípulo y miembro del único rebaño. Quien es llamado a ser pastor, como miembro del Pueblo de Dios, nunca deja de ser discípulo.
Para el ejercicio del ministerio presbiteral, el Señor ha llamado y continúa llamando en nuestros días a niños, jóvenes y adultos en todo el mundo. Pero, debido a la secularización de la sociedad, a la indiferencia religiosa de muchos bautizados, a la crisis familiar, al miedo o a la búsqueda de la propia comodidad, bastantes llamados no se atreven a dar una respuesta positiva a Jesucristo ni a entregarle su vida sin condiciones.
Para ayudarles a superar estos temores y para que puedan acoger la llamada del Señor, quienes son llamados necesitan experimentar la cercanía, el acompañamiento y la oración de toda la comunidad cristiana. Por eso, para que surjan vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada, es imprescindible que los llamados se encuentren personalmente con Jesucristo. Sólo en la oración a solas con el Amigo que llama a vivir en su amistad es posible escuchar y responder con gozo a su invitación.
El próximo día 19 de marzo celebramos un año más el Día del Seminario. Al dar gracias a Dios por la respuesta gozosa y por el testimonio alegre de nuestros seminaristas, pedimos también para ellos la fidelidad a la llamada recibida y el crecimiento en la identificación con Jesucristo, el buen Pastor. Así, con la ayuda de la gracia divina y con el acompañamiento de la comunidad cristiana, podrán permanecer en el servicio a sus hermanos actuando en todo momento como auténticos pastores misioneros.
En esta súplica por los seminaristas y por las vocaciones al sacerdocio ministerial, no dejemos de invocar la especial protección de San José, educador de Jesús y patrono de nuestros seminarios. Puesto que la vocación al presbiterado es un don de Dios a la Iglesia y a la sociedad, pidamos confiadamente al dueño de la mies este regalo para nuestros niños y jóvenes: “La mies es mucha y los obreros pocos. Rogad, pues, al dueño de la mies que envíe obreros a su mies” (Mt 9, 38).
Con mi sincero afecto y bendición, feliz celebración de San José.
Atilano Rodríguez, obispo de Sigüenza-Guadalajara
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