El día 25 de abril, domingo del Buen Pastor, celebramos en la Iglesia la Jornada Mundial de oración por las vocaciones y la Jornada de las vocaciones nativas. Desde hace algunos años, la Conferencia Episcopal Española ha considerado oportuno unificar estas dos jornadas para orar al mismo tiempo por las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada en nuestras diócesis y en los territorios de misión.
En el evangelio, Jesucristo se define a sí mismo como el Buen Pastor que ama, cuida, acompaña, va delante de las ovejas y está siempre dispuesto a dar la vida para defenderlas, protegerlas y alimentarlas. A lo largo de los tiempos y, por tanto, también en nuestros días, Jesucristo continúa llamando a niños, jóvenes y adultos para que sean sus testigos y prolonguen su misión en el mundo.
Las prisas de la vida y los ruidos del mundo, con frecuencia, impiden hacer silencio interior y exterior para escuchar la voz del Buen Pastor en la oración y para responder con libertad y generosidad a sus llamadas. En otras ocasiones, muchos jóvenes tienen dificultades para hacer un discernimiento vocacional, porque les falta la cercanía y el necesario acompañamiento de la familia y de la comunidad cristiana.
En la práctica del discernimiento vocacional, es preciso que no dejemos de hacernos preguntas para descubrir lo que Dios quiere de cada uno. Pero, estas preguntas no deben centrarse en uno mismo y en sus inclinaciones, sino que han de situarse en relación con los otros de tal forma que el discernimiento ayude a percibir y contemplar la propia vida en relación con Dios y con los demás.
Esto quiere decir que no podemos quedarnos solo en la pregunta “yo, ¿quién soy?”, sino que, como señala el lema propuesto para la Jornada de oración de este año, hemos de preguntarnos “¿para quién soy yo?” En un mundo en el que todo tiene un precio y por todo se exige una recompensa no resulta fácil acercarse y escuchar a alguien que habla de gratuidad, que invita a donar la vida y que regala sus dones sin esperar nada a cambio.
Dios nos regala a todos dones y carismas que no podemos guardar para nosotros mismos, sino que hemos de poner al servicio de los hermanos, pues el que quiera salvar su vida, debe estar dispuesto a perderla y a gastarla en el servicio a Jesucristo y a sus semejantes. Por eso, la vocación al presbiterado y a la vida consagrada, además de ser respuesta libre y responsable a la llamada de Dios, debe ser también regalo para los hermanos, pues todos necesitamos los cuidados del Buen Pastor.
Los cristianos hemos de pedir cada día al Padre celestial que suscite vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada, pues la Iglesia y el mundo necesitan niños, jóvenes y adultos que no tengan miedo a seguir al Buen Pastor, entregándole su vida y dando público testimonio de que Él es el único Señor.
Con mi bendición, feliz domingo del Buen Pastor.
Atilano Rodríguez, obispo de Sigüenza-Guadalajara
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