La celebración de la Solemnidad de Pentecostés nos invita a contemplar los comportamientos de los apóstoles después de recibir el Espíritu Santo. Transformados y purificados interiormente por los dones del Espíritu, los apóstoles y los primeros discípulos del Señor salen de sí mismos, superan el miedo a los judíos y se convierten en testigos de la salvación y del amor de Dios hasta los confines de la tierra.
Este mismo Espíritu, donado por Jesús a los apóstoles, habita en nuestros corazones y desciende constantemente sobre la Iglesia para que nos abramos a su acción fecunda y así podamos anunciar con alegría desbordante la Buena Noticia no sólo con las palabras, sino con el testimonio de una vida que se ha transfigurado en la presencia del Señor.
El papa Francisco nos invita insistentemente a emprender una nueva etapa evangelizadora más fervorosa, alegre, generosa, audaz, llena de amor hasta el fin y de vida contagiosa (EG 261). Pero, él mismo señala que esto será imposible, si no arde en nuestros corazones el fuego del Espíritu, pues sólo Él, que es el alma de la Iglesia evangelizadora, puede renovarnos, sacudirnos interiormente e impulsarnos a salir de nosotros mismos con audacia y nuevo ardor para evangelizar a todos los pueblos.
En ocasiones, nos quejamos de las dificultades para la evangelización. Es verdad que la indiferencia religiosa, la secularización de la sociedad y el olvido de Dios no hacen fácil la evangelización. Pero, no podemos pretender evangelizar sin dificultades, pues éstas han existido en todos los momentos de la historia. El mismo Jesús las experimentó a lo largo de su ministerio en el cumplimiento de la misión confiada por el Padre.
Las dificultades externas hemos de reconocerlas y analizarlas, asumiendo con paz que en la mayor parte de los casos poco podemos hacer para evitarlas. Las que sí hemos de afrontar son las dificultades internas, es decir, aquellas que nosotros mismos ponemos para la vivencia y para el anuncio del Evangelio. En este sentido, es preciso que revisemos nuestras flaquezas, la búsqueda enfermiza de nosotros mismos, el egoísmo cómodo que nos impide salir en misión y la concupiscencia que nos acecha a todos.
Con la ayuda de la gracia y con la apertura a la acción del Espíritu, hemos de afrontar estos obstáculos para la evangelización, parándonos con amor ante la contemplación de la Palabra de Dios y asumiendo con gozo que el Evangelio es el mejor regalo que podemos ofrecer al hombre de hoy, puesto que todos hemos sido creados para amar a Dios y para ofrecer su amor a nuestros semejantes.
En este día de la Acción Católica y del apostolado seglar, elevamos nuestra oración al Padre por tantos cristianos laicos que viven cada día con la profunda convicción de que el Señor los envía al mundo para ser discípulos misioneros, dando testimonio de la alegría y de la esperanza nacidas del encuentro con el Resucitado. Que este encuentro con Cristo en la oración nos impulse a todos a entregar la propia vida en la misión.
Con mi sincero afecto, feliz fiesta de Pentecostés.
Atilano Rodríguez, obispo de Sigüenza-Guadalajara
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