Los padres de familia, de acuerdo con la legislación vigente, tienen que solicitar expresamente la clase de religión y moral católica para sus hijos, cuando los matriculan en los centros de enseñanza. Al solicitar esta asignatura para sus hijos, los padres no sólo actúan de acuerdo con sus convicciones religiosas, sino que ejercen un derecho que está garantizado por la Constitución, por la legislación emanada de los tribunales y por los acuerdos entre la Iglesia y el Estado.
En una sociedad democrática, como sucede en los restantes países europeos, es muy importante ofrecer los medios adecuados para que todos los padres y los alumnos puedan tomar las decisiones que consideren más adecuadas desde la total libertad. Por encima de las ideologías del momento y por encima de las tendencias de los distintos partidos políticos, debe estar la posibilidad de que cada alumno se forme de acuerdo con su conciencia y con sus preferencias religiosas, morales y culturales.
Para que los niños y los jóvenes no se queden en una visión materialista de la vida y puedan abrir sus mentes a la trascendencia, además del testimonio de los padres, es preciso que adquieran unos buenos conocimientos de la realidad de la Iglesia y del mundo. El acatamiento o el rechazo del cristianismo requiere un conocimiento de sus contenidos. ¿Cómo será posible asumir o rechazar algo que no se conoce previamente?
Aunque, ciertamente, no debe confundirse la catequesis con la clase de religión y, por eso esta asignatura tiene su propia programación, sin embargo, hemos de tener en cuenta que la clase de religión es un buen medio, no sólo para la formación religiosa de las generaciones más jóvenes, sino para integrar en la formación de los alumnos los distintos conocimientos de las restantes asignaturas.
Es más, la experiencia nos dice que los niños y jóvenes que no han adquirido unos buenos conocimientos de los contenidos de la religión católica, con el paso del tiempo tienen especiales dificultades para entender las raíces cristianas de Europa, las representaciones artísticas de nuestras catedrales y las incontables manifestaciones y expresiones religiosas de quienes nos precedieron en la vivencia de la fe cristiana.
Esto quiere decir que los padres, profesores, sacerdotes y consagrados tendríamos que ser los primeros responsables de este ámbito de la formación integral de los niños y de los jóvenes. No deberíamos quedarnos tranquilos, si no ponemos todos los medios a nuestro alcance para ofrecer a las futuras generaciones una estima sincera y profunda de nuestra religión, de la moral cristiana y de la Iglesia católica.
Con mi sincero afecto y bendición, feliz día del Señor.
Atilano Rodríguez Martínez, obispo de Sigüenza-Guadalajara
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