Con la imposición de la ceniza sobre nuestras cabezas, comenzamos el camino cuaresmal, un camino que nos conduce hacía la celebración de la Pascua del Señor. La participación en el bautismo y la celebración de los restantes sacramentos es una constante celebración de la Pascua del Señor, de su victoria sobre el poder del pecado y de la muerte. Con nuestras obras y palabras, anunciamos su muerte y proclamamos su resurrección hasta que el Señor vuelva al final de los tiempos.
Siguiendo la experiencia de Jesús en el desierto, la Iglesia nos invita a intensificar la oración, el ayuno y la limosna como medios para detectar las constantes tentaciones del diablo, para afrontarlas con sabiduría y para salir victoriosos de las mismas. Por eso, conducidos por el Espíritu, hemos de salir con Jesús al desierto para entrar dentro de nosotros mismos, descubrir nuestras tentaciones y poder afrontarlas mediante la meditación de la Palabra y la fidelidad a la voluntad del Padre.
Todos llevamos heridas en nuestro corazón provocadas por las prisas, las ambiciones, los egoísmos y las decepciones, que es necesario suturar y curar adecuadamente para vivir con paz, alegría y esperanza. Una de las heridas más graves que todos necesitamos revisar y curar es nuestro deseo inconsciente de ser dioses, de querer decidir sobre el bien y el mal, de pretender ocupar el lugar que sólo le pertenece al Dios verdadero.
Cuando intentamos ocupar el lugar de Dios, no sólo nos engañamos a nosotros mismos, sino que engañamos y dañamos también a nuestros semejantes con nuestras decisiones y actuaciones. Si Dios deja de ser fundamento y centro de referencia de nuestros pensamientos y acciones, con el paso del tiempo llega a imponerse la lógica del “todo vale” y “de todo para mí”. El abandono de la ley de Dios, de la ley del amor, deja el camino expedito para el triunfo de la ley del más fuerte sobre el más débil.
Durante el tiempo cuaresmal, salgamos al desierto, hagamos silencio y escuchemos al Señor para descubrir su estilo de vida, para caminar hacia la verdadera libertad, para dar un nuevo rumbo a nuestra vida y para ponernos al servicio del Dios verdadero. Esto lleva consigo el alejamiento de las compañías que nos apartan de Él, que nos distancian de los hermanos y condicionan nuestras responsabilidades en el cuidado de la naturaleza.
Ponerse junto a Jesús lleva consigo dejarse conducir por Él y caminar con Él para experimentar su compañía, recibir su perdón y vivir con esperanza. Cuando no tomamos esta decisión, caemos fácilmente en el conformismo, el relativismo y la indiferencia. Esto, dirá Santa Teresa de Jesús, es ir de mal en peor pues estas actitudes negativas, además de alejarnos del Señor, nos alejan también del servicio a los hermanos.
Con mi sincero afecto y bendición, feliz día del Señor.
Atilano Rodríguez, obispo de Sigüenza-Guadalajara
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