El evangelista San Mateo afirma que José, en el segundo de sus sueños, recibe la invitación del ángel a dejar su tierra y a huir a Egipto, “porque Herodes va a buscar el niño para matarlo” (Mt 2, 13). El Patriarca obedece con prontitud el mandato del ángel, pero durante el exilio, lejos de su tierra y de su ambiente, tuvo que experimentar dificultades para ofrecer al Niño y a María la protección y el sustento necesarios.
Aunque le resulte costoso entender el exilio, vive este tiempo con la esperanza puesta en Dios y con la confianza en el cumplimiento de sus promesas. Espera y confía que Dios le indicará nuevamente el momento de regresar a su tierra, asumiendo que el Poderoso también se hace presente y ofrece su consuelo en medio del sufrimiento y de la soledad.
Esta profunda convicción en la realización de las palabras del ángel tiene importantes enseñanzas para nuestra vida y para nuestro quehacer. En aquellos momentos, en los que experimentemos el cansancio, la desesperación y el sinsentido, el Señor nos invita a renovar nuestra esperanza, pues Él nos ofrecerá el gozo en las mismas pruebas y nos dará la fuerza necesaria para permanecer constantes en la tribulación.
Para mantener viva esta esperanza, no bastan los esfuerzos personales ni la colaboración de nuestros semejantes. Es preciso que alimentemos la esperanza con la oración. Del mismo modo que pedimos a Dios el aumento de la fe, hemos de pedirle también que acreciente nuestra esperanza. Concretamente, la oración del Padre nuestro es un resumen de todas aquellas cosas que la esperanza nos hace desear.
Cuando Dios se revela, nos llama y nos habla en las distintas situaciones y acontecimientos de la existencia, no podemos responder plenamente a su amor con nuestras propias fuerzas. Hemos de esperar y pedir a Dios que ponga en nuestros corazones la capacidad para devolverle el amor y la fuerza necesaria para obrar de acuerdo con el mandamiento del amor en las relaciones con nuestros semejantes.
En los momentos en que arrecian las dificultades, no podemos caer en el pesimismo, el fatalismo y la desconfianza, pensando que nada puede cambiar y que, por tanto, no merece la pena el esfuerzo y el sacrificio. Ante las oscuridades del camino, hemos de pararnos y dejarnos iluminar por la Palabra de Dios, asumiendo con gozo sus enseñanzas, aunque esto lleve consigo el tener que cargar con la cruz. Si no lo hacemos, no podremos llevar a cabo las responsabilidades familiares, laborales y sociales ni podremos responder con gozo a la misión que el Señor nos confía.
La desesperación y la presunción, pecados contra la esperanza, nos invitan a no esperar de Dios la vocación personal, el auxilio para llegar a ella y el perdón de los pecados. Para superar estas tentaciones, pidamos a San José que nos muestre a Jesucristo resucitado y glorioso como fuente de esperanza y compañero de camino en medio de las oscuridades para que con su ayuda podamos cumplir la misión que nos encomienda.
Con mi sincero afecto y bendición, feliz día del Señor.
Atilano Rodríguez, obispo de Sigüenza-Guadalajara
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