Desde el día 18 al 25 de enero, celebramos la semana de oración por la unidad de los cristianos. Durante estos días, todos los bautizados hemos recordar que, aunque la unidad y la comunión entre los seres humanos, fundamentalmente es obra de Dios y de la acción de su Espíritu en el corazón de cada persona, Él quiere contar con nuestra colaboración para el logro de este don en la Iglesia y en el mundo.
Ciertamente, desde la celebración del Concilio Vaticano II, se ha avanzado mucho en el diálogo ecuménico y se ha producido un acercamiento muy importante con los hermanos de otras confesiones cristianas en lo referente a los contenidos fundamentales de la fe. Pero, a pesar de ello, son muchos los pasos que aún hemos de dar para la consecución de la plena unidad, pedida por Jesús al Padre, como condición para que el mundo crea en Él como el único Salvador de los hombres.
Muchas veces, a lo largo de la vida, hemos meditado en la oración de Jesús al Padre en la que pide por los suyos y por todos los que creerán en Él a lo largo de los siglos, pero nos resulta muy costoso concretar en gestos y comportamientos la comunión y la unidad entre quienes nos confesamos seguidores suyos para que los no creyentes y los alejados de la Iglesia descubran a Jesús, como el enviado del Padre, a través del testimonio de nuestras obras y palabras.
El individualismo, la defensa a ultranza de las tradiciones y la búsqueda de los propios intereses no sólo retardan la misión evangelizadora de la Iglesia católica, sino que, con cierta frecuencia, frustran también el diálogo con otras comunidades o confesiones eclesiales, haciendo más difícil la consecución de la unidad querida por Jesús.
La nueva evangelización no será posible, si cada uno sigue defendiendo sus intereses sin tomar en consideración la llamada del Señor a la unidad. Como nos recuerdan los Obispos de la Comisión Episcopal de Relaciones Interconfesionales, sólo podremos alcanzar la meta de la unidad, si superamos el confesionalismo, lleno de prejuicios, cerrado y excluyente, que desconfía de quienes no pertenecen a la propia confesión y que niega identidad cristiana a los bautizados de otras confesiones.
Dando gracias a Dios por los avances innegables en el diálogo ecuménico, hemos de continuar pidiéndole con fe y esperanza que restaure la unidad visible de la Iglesia, mediante el incremento del diálogo, y que nos ayude a avanzar en el camino de la conversión personal y comunitaria. En medio de las pruebas y dificultades, el Señor nos regala su gracia y derrama constantemente sobre nosotros los dones del Espíritu Santo para que superemos la desconfianza y el miedo a la comunión verdadera.
Con mi sincero afecto, feliz día del Señor.
Atilano Rodríguez, obispo de Sigüenza-Guadalajara
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