El Heraldo del Henares
El papa Francisco, al comienzo de la Cuaresma, nos decía que “la ascesis cuaresmal debía ser un compromiso, animado siempre por la gracia, para superar nuestras faltas de fe y nuestras resistencias a seguir a Jesucristo en el camino de la cruz”. Como discípulos del único maestro, debemos hacer el recorrido de la vida, caminando con el Señor y con los que Él ha puesto a nuestro lado para participar cada día de su Pascua.
Este mismo camino hemos de celebrarlo y actualizarlo también en la liturgia. Así, el día de Jueves Santo, día de la institución de la eucaristía y del sacerdocio, del mandamiento del amor y del lavatorio de los pies, celebramos que Jesús desciende hasta nosotros para ser compañero de camino, cuerpo entregado y sangre derramada, y para alimentarnos con el pan de los ángeles, durante la peregrinación por este mundo.
En los oficios litúrgicos del Viernes Santo, la lectura de la pasión nos indica que el Señor culminó su paso por este mundo con su entrega en la cruz, derramando su perdón y gracia para todos los hombres. En este día, meditamos la entrega incondicional de Jesucristo al Padre por amor a cada ser humano. En actitud de adoración, debemos postrarnos ante el madero de la cruz salvadora para agradecer al Señor el nacimiento de la Iglesia y la nueva humanidad, que nacen del costado de Cristo traspasado.
El Sábado Santo la Iglesia está de luto. Los creyentes expresamos nuestro dolor por la muerte ignominiosa del Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Es un día para acompañar y contemplar a la Santísima Virgen, en su advocación de la Soledad, para darle gracias porque nos ha regalado al hijo de sus entrañas. En la Vigilia Pascual, radiantes de alegría, celebramos la victoria de Cristo y nuestra propia victoria sobre el poder del pecado y de la muerte, pues en el bautismo hemos sido injertados en la vida del Resucitado, en la vida del que vive para siempre para interceder por nosotros.
Con la celebración del Domingo de Pascua, iniciamos el itinerario pascual. Durante este tiempo experimentamos la presencia del Resucitado en medio de nosotros, acogemos el don de su paz y escuchamos su invitación a la alegría para caminar en una vida nueva, buscando en todo momento los bienes de arriba. El tiempo pascual nos prepara para la celebración de la Ascensión y Pentecostés, en que recibiremos el encargo de salir en misión hasta los confines de la tierra, guiados por el Espíritu.
Durante los días de Semana Santa podremos también admirar y acompañar con devoción los pasos procesionales por las calles y plazas de nuestros pueblos y ciudades, como complemento y manifestación permanente de los oficios litúrgicos. Con ello se nos recuerda que lo más importante en la vida del cristiano no está en el caminar, sino en la contemplación de la meta a la que todos somos invitados. Si dejamos de mirar a la meta, a la Pascua, nos cansamos y perdemos el sentido de la existencia.
Con mi recuerdo ante el Señor, buena celebración de la Semana Santa.
Atilano Rodríguez, obispo de Sigüenza-Guadalajara
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