El lema elegido para la celebración de la Jornada Mundial de las Misiones “Seréis mis testigos” está tomado de las palabras de Jesús a los apóstoles después de su resurrección: “Recibiréis el Espíritu Santo que va a venir sobre vosotros y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría y hasta el confín de la tierra” (Hech 1, 8).
Estas palabras del libro de los Hechos de los Apóstoles nos recuerdan que todos los cristianos, por el sacramento del bautismo, somos incorporados a la Iglesia y recibimos el don del Espíritu Santo para ser discípulos misioneros en todo lugar y en todo tiempo. Constituidos sacerdotes, profetas y reyes en el bautismo, recibimos el encargo de evangelizar el mundo, dando testimonio con obras y palabras de Jesucristo.
Cada bautizado, desde la comunión con sus hermanos, debería vivir su existencia como enviado. El mismo Jesús, que envió a los apóstoles, nos envía también a nosotros al mundo para realizar y vivir la misión que nos confía. El misionero nunca es enviado para comunicarse a sí mismo ni para mostrar sus cualidades o capacidades, sino para mostrar a Cristo, anunciando a todos con amor y alegría la Buena Noticia de su salvación.
Esta misión hasta los confines de la tierra tiene que ser un interrogante para todos los bautizados y una invitación para ir siempre más allá. El papa Francisco nos habla de una Iglesia “en salida” que esté dispuesta a llegar “hasta las últimas periferias humanas”. En ocasiones, estas periferias las tenemos en nuestras parroquias, en aquellos hermanos que no conocen a Jesucristo o que, por razones diversas, se han alejado de la Iglesia. Por eso, el interrogante misionero ha de estar siempre presente en la evangelización.
Algunos hermanos nuestros, sacerdotes, consagrados o cristianos laicos, respondiendo a la llamada del Señor, están realizando la misión en otros países. Dejando su familia y su tierra, partieron al encuentro de otros hombres y mujeres para comunicarles el amor y la salvación de Dios. En este día del Domund, damos gracias a Dios por el testimonio creyente de tantos misioneros que han gastado o están gastando sus vidas, lejos de su tierra, para mostrar y anunciar el amor y la salvación de Jesucristo a todos los hombres.
Al mismo tiempo que damos gracias a Dios por la entrega generosa y sacrificada de tantos hermanos, le pedimos también que derrame sobre ellos la fuerza del Espíritu Santo para que puedan afrontar las fatigas de la misión y para que experimenten el gozo de comunicar la alegría del evangelio. Que María, la reina de las misiones, proteja, acompañe e interceda por cada uno de nuestros misioneros y nos muestre a su Hijo para que escuchemos su invitación a ser misión en nuestra tierra.
Con mi bendición, feliz Jornada Mundial de las Misiones
Atilano Rodríguez, obispo de Sigüenza-Guadalajara
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