Los estudios sociológicos, al referirse a los comportamientos religiosos de los europeos y, por tanto, de los españoles, suelen afirmar que existe una profunda crisis religiosa. El contacto diario con la realidad de nuestras parroquias nos dice que esta indiferencia religiosa, que afecta especialmente a los niños y a los jóvenes, no es el resultado de una decisión responsable, sino la consecuencia lógica de una existencia sin interioridad.
En medio de esta realidad, los cristianos no deberíamos olvidar nunca que Dios no está en crisis, sino que vive y actúa constantemente en el corazón de cada persona, aunque no sea consciente de ello. La crisis religiosa y los comportamientos humanos no pueden impedir que Dios siga tocando la conciencia y el corazón de todos.
Por otra parte, los creyentes tampoco hemos de olvidar que la persona, creada a imagen y semejanza de Dios, necesita de Él para descubrir el sentido de su existencia y para responder a los interrogantes más profundos de la vida humana. San Agustín ya nos recordaba que hemos sido creados por Dios y para Dios, y que nuestro corazón está inquieto hasta que no descanse en Él.
Esto quiere decir que, aunque no podemos cesar de buscar caminos para evangelizar esta realidad de increencia, hemos de aprender a convivir con ella. El ser humano, a pesar de todo, mantiene intacta su capacidad de abrirse al misterio de Dios y al misterio último de su existencia, que le interpelan desde lo íntimo de su conciencia.
La parábola evangélica de los invitados al banquete de bodas nos permite descubrir que Dios no excluye a nadie del banquete y que invita a todos a participar de la fiesta. Él solo desea que la sala del banquete se llene de comensales y, aunque alguno lo intente, nunca podrá impedir que Dios invite a todos.
Por tanto, a pesar de que alguno rechace la religión, la invitación de Dios a la conversión y al seguimiento permanece siempre firme y actual. Todos, “buenos y malos”, pueden escucharla y acogerla en la ciudad, en los pueblos o en los cruces de los caminos. Quienes practican el bien, aman a sus semejantes y se esfuerzan por implantar la justicia en el mundo, en el fondo de su ser están acogiendo a Dios.
Las personas que viven al margen de la Iglesia y que apenas han oído hablar de Dios durante su vida, no podrán experimentar su infinita misericordia, su perdón y la alegría de creer. Sin embargo, Dios continúa vivo y actúa por medio de su Espíritu en lo más profundo del corazón humano. Por eso, con toda seguridad muchos hermanos, por caminos que desconocemos, podrán acoger la invitación de Dios a ser sus amigos.
Con mi bendición, feliz día del Señor.
Atilano Rodríguez, obispo de Sigüenza-Guadalajara
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