El domingo, 24 de mayo, se cumplía el quinto aniversario de la publicación de la Encíclica “Laudato si”. Con este motivo, el papa Francisco, en el rezo del Regina Coeli, convocaba a todos los cristianos y a las personas de buena voluntad a dedicar este año a reflexionar nuevamente sobre la urgencia del cuidado de la casa común.
Como ocurre en otros ámbitos de la existencia, para hacer esta reflexión sobre el cuidado de la casa común es preciso que antes examinemos nuestra posición ante Dios, ante los hermanos y ante la verdad. Cuando el ser humano se olvida a Dios y de sus semejantes, pretendiendo convertirse en centro de sus propias decisiones, termina por dar prioridad absoluta a sus conveniencias, a sus gustos y a sus intereses.
El relativismo práctico, consecuencia del desprecio de Dios y de la verdad, con el paso del tiempo conduce al ser humano a tratar a los demás como meros objetos y a convertirlos en esclavos. La misma naturaleza experimenta también las consecuencias del deseo egoísta del ser humano que sólo busca la producción y el consumo en beneficio propio sin importarle el deterioro del planeta ni el sufrimiento de sus semejantes.
Cuando no existen verdades objetivas o principios absolutos válidos para todos, las mismas leyes dictadas por las autoridades competentes para el cuidado de la casa común y para el respeto del medio ambiente se entienden e interpretan como meras imposiciones externas o como verdaderos obstáculos que es preciso evitar.
Esta forma de pensar, que tiene su origen en la convicción egoísta de que el desarrollo económico no tiene límites ni condiciones, incapacita para escuchar el encargo de Dios que nos invita a cultivar y cuidar la naturaleza, pensando en futuro del planeta y en el sustento de las generaciones futuras.
Para responder a esta situación, hemos de poner los medios para superar el individualismo enfermizo y para pensar nuestra vida en clave de solidaridad universal, buscando ante todo el bien común y recordando a quienes sufren las consecuencias de un desarrollo entendido únicamente desde el punto de vista económico.
Al mismo tiempo, la familia, las instituciones educativas, las autoridades civiles y la Iglesia hemos ofrecer cauces de formación para que los niños, jóvenes y adultos puedan superar el relativismo cultural y la indiferencia social ante la degradación del medio ambiente. Creyentes y no creyentes podemos colaborar cada día al cuidado de la casa común, asumiendo nuestra responsabilidad en el uso del agua, de la energía y de los restantes bienes recibidos de Dios para beneficio y sustento de todos sus hijos.
Con mi sincero afecto y bendición, feliz día del Señor.
Atilano Rodríguez, obispo de Sigüenza-Guadalajara
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